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Bebiendo la noche a tragos

La gente comienza a estar hasta los cojones. Y es que se veía venir.

Soy uno de esos privilegiados que tengo una visión bastante objetiva del problema del botellón. Por una parte, pertenezco a esa Generación Límite que no somos ni jóvenes ni viejos, ni carcas ni progres, ni eso ni todo lo contrario... Somos capaces de ver las cosas desde una cierta distancia, ¿por qué no? No hace tanto que hemos sido jóvenes, que nos hemos bebido la vida a tragos en los jardines de cualquier parque o al amparo de cualquier casapuerta que algún vecino se dejara abierta al ir a tirar la basura... Hemos sido parte del problema, quizá los artífices involuntarios que abrimos la caja de los truenos sin saber muy bien lo que estábamos haciendo. Ahora quizá empezamos a ver las consecuencias de nuestra juvenil imprudencia.

Por el otro lado, mis alumnos me cuentan con pelos y señales sus acciones y motivaciones del fin de semana. Son conversaciones llenas de angustia, de desidia, de las que se desprende que se encuentran perdidos en un mundo que no comprenden... Algunos son gente con problemas familiares, otros adolecen de una sorprendente falta de autoestima. Los más, están embargados por un aburrimiento crónico que no les deja comprender la verdadera naturaleza de la realidad que les rodea.

Salen en manada, dispuestos a devorar la noche, a beber de sus venas oscuras y perder el conocimiento en una manifiesta huida de la realidad. Son el producto de nuestra sociedad del bienestar, donde todos son derechos y los deberes brillan por su ausencia.

Son víctimas de poderes que, quizá, no estén interesados en una juventud que tenga capacidad de pensar, de discernir, de criticar las órdenes de los estamentos superiores...

Cada uno es libre de calibrar las consecuencias.

Volvemos al lío

Bueno, aquí estamos otra vez. Por qué no. Desgraciadamente, el tiempo de que dispongo no me permite llevar el portal NIAGARA como quisiera y, en vista de lo desatendido que está, he preferido obviarlo y seguir dedicándome a verter de vez en cuando mis pensamientos en este blog.

Además, hay un proyecto por ahí que espero que os gustará, sobre todo a la gente que vive en la zona de la Bahía. Será algo mucho más cercano, más real, fuera de este universo virtual que es la red...

O sea, que, bienvenidos otra vez a este vuestro, nuestro, espacio. Que sea para bien.

Seguiremos informando.

TRASLADO INMEDIATO

Bueno, nanos, la época de la bitácora terminó. No es que me vaya a rendir, ni mucho menos, simplemente es que este espacio se me quedaba pequeño para todas las cosas que tenemos (o queremos) hacer y decir los que por aquí nos movemos. Debido a ello, y porque puedo, he preferido montar un portal (tipo CYBERDARK, para aquellos que lo conozcáis), en el cual podremos enviarnos mensajes, dejar artículos propios (sólo usuarios registrados), tener un diario personal, y muchas otras cosas más, incluyendo salas de chat privadas para hablar de nuestros asuntos. Este blog se desactivará en un mes. Los que lo deseen, pueden seguir mi locura interior pinchando en el siguiente enlace:

Portal Niágara Calling

Allí os espero, los pocos que ya lo están usando están dándome gratas sorpresas. Ea, pasaos por allí que hay curro pa tos.

Un saludo sincero

Feeling Down

Durante estos últimos días me he sentido un tanto chungalé, que en gaditano viene a significar, más o menos, que me encuentro al borde de la depresión, con todos los síntomas incluidos. Y lo verdaderamente preocupante es que no tengo ni puñetera idea de por qué estoy así. Quiero decir, no tengo problemas acuciantes a los que no les veo solución; no me ha sucedido nada desagradable (después de tres semanas de vacaciones, ya me dirán), y la familia bien, gracias. El curro no puede ser. Ser profesor es muy estresante, pero dos días no bastan para machacarte las neuronas: hacen falta un par de semanas por lo menos.

Así que me veo en la extraña encrucijada de no saber cuál es la causa de que esté colgando al borde de la angustia y la ansiedad. Podría preguntarle a Van Doren, que es experto en estas lides (y en muchísimas más), pero le veo demasiado ocupado arreglando el mundo. Por lo tanto esperaré a que la situación sea insostenible. De momento no se ve peligro en el horizonte, sólo una ligera desazón.

Puede que sea que no consigo escribir. Para mí es como un vicio, como cuando te mueres por fumarte un cigarrillo y no tienes tabaco a mano, y, desde que acabé la puta novela, no he conseguido esbozar cuatro ideas seguidas más allá de esta bitácora. Me falta el aire, y ese cosquilleo malsano que te provoca ser el Amo de Títeres de unos personajes que han nacido en tu interior, esa sensación casi divina del poder creador de universos. Es una opción, pero, sinceramente, no creo que sea para tanto.

Más bien, me inclino por el agotamiento emocional que me provocan las pasadas fiestas. Ustedes son muy dueños de sentir lo que les venga en gana, faltaría más, pero yo, como mi buen amigo Ángel Torres, cada vez soporto menos esa exaltación del consumismo disfrazada de rito (pagano y religioso a partes iguales), esa exhibición de materialismo (como soy un perfecto idiota, no puedo quitarme de la cabeza que más de la mitad del planeta se muere de hambre mientras nosotros nos inflamos de langostinos), esa podredumbre moral que nos lleva a identificar cariño con tarjeta de crédito… Una tontería, se lo concedo, aunque todo vemos la realidad desde prismas bien distintos.

Quizá todo se reduzca a una saturación, a la incapacidad de procesar un flujo de datos demasiado denso. La doctora que me atiende normalmente (que, encima, es compañera de trabajo), dice que quizá he sufrido demasiado stress últimamente –pongamos en los últimos cinco años–, y que la mente tiene un límite, que llega un día en que se niega a seguir trabajando bajo esta presión brutal a la que nos somete la sociedad en que vivimos. En ese momento caemos, y a ver quién nos levanta.

Pásenlo bien.

Metacapitalismo

Por fin se acabaron las fiestas navideñas. Respiro tranquilo, a pesar del estado vietnamítico en el que ha quedado mi hogar después de pasar el trío ese de magos metacapitalistas cuyo único fin parece ser que los pequeños se eduquen el el ultraconsumismo más ruín que pueda imaginarse.

Los niños ilusionados, por supuesto (aunque me temo que ya les queda poco para descubrir el pastel), a nuestra costa. No me referiré al estado en el que ha quedado la VISA, eso ya lo sabrán ustedes. Me ceñiré simplemente al aspecto que ha tomado mi casa. La habitación de mi hijo, por ejemplo, sería una buena muestra de ello. Imagínense un Parque Jurásico en miniatura, mezclado con imágenes del universo Marvel, fundido con la Tierra Media: pterodáctilos sobre Trolls de las Cavernas, triceratops y dilofosaurios bajo la inmensa sombra de una ballesta orca de la que cuelga un Spederman magnético que se pega a todo; velociraptores, tiranosaurios, enredándose entre las altas ruedas de un Bigfoot a radio control con el logotipo del trepamuros (otra vez, y las que quedan) estampado en toda su superficie; y, ocupando un lugar de honor entre los akchonman y los libros del Capitán Calzoncillos, LA ESPADA DEL REY (en mayúsculas, tal como lo pronuncia mi hijo), juguete estrella junto con el guante de... ¡El lanzaredes, lo adivinaron!

El aposento de mi hija es como su hubiera sido absorbido por una dimensión agresiva que sólo tuvieran un color: el rosa. Y una temática: el Lago de los Cisnes de la Barbie, incluyendo un traje de ballet encargo de Van Doren, vestimenta que, a estas alturas, aún cubre el pequeñó cuerpo de mi hija. Calculamos que, allá por Carnavales, habremos conseguido despojarle de ella. Caramelos y golosinas, y unas muñecas pijísimas que responden al nombre de Bratz, y que incluso sacan colecciones de últimas tendencias (una campaña de marketing del carajo, hay que reconocerlo).

Yo no he salido mal parado. Cámara digital (faltaría plus), grabadora de DVD (tiembla videoclú, tiembla), un peluco la mar de chulo, un mando para jugar en el ordenador (lo siento, soy uno de esos locos que aborrece las pleisteichon), y, por supuesto, libros, muchísimos libros, todos toditos de ciencia ficción. Guau. Mi santa tiene una nueva batería de jerseises y lencerías, de cajas de bombones, de relojes y pulseras pijas (aunque ella es cualquier cosa menos eso), y un cacharro enorme para hacer gimnasia que ocupa medio despacho. A ella le gusta machacarse para mantener el tipo, y yo que lo agradezco, oigan.

En fin, supongo que cientos de euros invertidos en ilusiones vagas (que se agradecen) cuyo precio habrá bajado hoy como un treinta por ciento en la inmensa mayoría de los casos, una señal más de la decandencia cultural de occidente, que se deja (nos dejamos) timar a pecho descubierto. Esto ya no es capitalismo, señores, esto va más allá: metacapitalismo, por usar prefijos griegos.

Mis hijos me dicen que ppor qué me han traído los reyes tan pocos regalos, comparados con lo suyos, que si no he sido lo bastante bueno. Yo les miro y me dan ganas de darles la verdadera explicación, pero me contengo.

No quiero ser excesivamente malo, por si acaso.

La Duodécima Noche

Hoy es la Duodécima Noche, la Epifanía, la Noche de Reyes. Guau.

Lo digo sin coñas. Desde siempre he tenido predilección por esta fecha, la única que recuerdo haber vivido con una ilusión verdadera y sincera. Todo es culpa de mi padre, por supuesto, un tipo que, como todo humano, acumula virtudes y defectos. Entre las primeras se encuentra la de saber transmitir un entusiasmo desmedido en todo lo que se refiera a su familia. Cuando llegaba el cinco de enero, el hombre sabía cómo hacer las cosas, hay que reconocerlo (podría seguir hablando de él, pero necesitaría unas quince bitácoras más). Y no era fácil teniendo cinco bocas que mantener y un sólo sueldo con el que enfrentarse a la ardua tarea de satisfacer las esperanzas de unos chiquillos inocentes.

Una de las cosas más me ha sorprendido e intrigado durante toda mi vida ha sido la cuestión de dónde y cómo conseguía ocultar los regalos de cinco churumbeles metomentodo que saqueaban el piso de arriba a abajo en cualquiera de sus juegos. Nuestra vivienda, la verdad, era cualquier cosa menos grande. Hogar concentrado, hogar de obrero, hogar que rezumaba calidez y cariño... pero hogar embutido en un espacio reducido donde el sólo hecho de poder hacer los deberes con tranquilidad era ya un verdadero milagro. Así que, vamos a ver, ¿dónde diablos escondía el hombre tamaña cantidad de muñecas, pistolas láser (el menda, que ya apuntaba), zoológicos (todos los años uno, Van Doren es así), equipaciones de fútbol, clicks de famobil, caramelos, golosinas, rifles, juegos reunidos geyper... Buddah, siempre me imaginé aquello como la multiplicación de los panes y los peces en versión Revuelta. A veces pensaba que mi padre podía ser un mutante tipo Patrulla X, ¿por qué no? La imaginación de un niño da para eso y mucho más.

El hecho es que nunca descubrí cómo lo hacía, ni siquiera cuando llegó la época en el que la edad y la preadolescencia se encargan de derribar ese velo que nos hace mantener la ilusión de que esa triada de magos recorre el mundo en menos de ocho horas para cumplir los sueños de los niños que se han portado bien.

Aparte del tema del ocultismo de juguetes, había una dificultad añadida para mi viejo: lo fantasmas que eran sus hijos, sobre todo Van Doren y yo. En esas fechas nos convertíamos en un par de generales que desarrollaban ingenuas tácticas y estrategias para atrapar a los reyes magos in fraganti, arrastrando de paso a los pequeños que, en la mayoría de los casos, no se enteraban de nada, o no querían participar por si las moscas. Supongo (ahora soy padre) que papá y mamá tenían que estar levantados hasta las tantas por nuestra culpa, esperando que sus dos hijos mayores se durmieran mientras esperaban agazapados bajo las mantas a que fuese el momento oportuno para atacar y pillar a sus majestades con las manos en la masa.

La infancia es así.

Ahora, que soy yo el que me como el marrón de dibujar el escenario adecuado para que mis retoños no pierdan la ilusión infantil de la magia y el buen rollo, me veo un poco embutido en la carne de mi padre, y veo que, de manera inconsciente, tiendo a imitarle en todo. Hoy me lo imagino nervioso, con la media sonrisa flotando sobre sus labios ya arrugados por la edad, repasando mentalmente si cada uno de sus retoños (y los retoños de sus retoños) va a obtener lo que quería, atesorando dulces y caramelos para que a nadie le falte azúcar en las papilas gustativas. Esta tarde se dará una vuelta por la Plaza de Abastos, o por El Corte Inglés (que es más moderno), y comprará las últimas baratijas, porque para él nunca es suficiente. Antes de acostarse desplegará una tienda de jugetes virtual en el salón del vetusto piso donde crecí, y se le encogerá el corazón como todos los años, y se sentirá feliz pensando en el rostro de sus nietos cuando lleguen como lobos al día siguiente. Dormirá en paz, quizá por última vez en el año.

Yo haré lo mismo. He tenido un buen maestro.

No Change

Dicen que ahora tendríamos que proponernos nuevos retos, por aquello del año nuevo, o, al menos, hacernos firmes propósitos de cambiar nuestra actitud ante esos vicios que a veces nos agobian aunque nosotros no queramos reconocerlo.

¿Por qué?

Yo, la verdad, es que no lo entiendo. Quiero decir, no comprendo ese afán casi católico de hacer un acto de contrición sólo porque nuestro calendario ha saltado de un número a otro. Estamos ya en el 2004, pues qué bien, aunque sólo sea occidente el que piensa que es así. Si empezamos a preguntar a otras culturas no creo que estén muy de acuerdo. Y es que a mí todo esto de los buenos propósitos y del cambio por cojones me suena un poco a rollo materialista o a maniobra social para hacernos sentir un poco más culpables, no vaya a ser que nos lo pasemos demasiado bien y acabe por gustarnos eso de ser felices.

Porque morir, lo que se dice morir, vamos a morir todos. Lo digo por si hay algun ingenuo que todavía crea en la inmortalidad. ¿Algunos antes que otros? Por supuesto, porque así ha sido la dinámica humana desde que el mundo es mundo. No creo que el hecho de ponerse a regimen o empezar a castigarse en un gimnasio tenga nada que ver. Lo creo sinceramente. La genética es la genética, y contra la doble hélice no hay nada que hacer. Un ejemplo: mi mujer come como un regimiento de cosacos hambrientos y jamás engorda ni un patético gramo; yo respiro y ya me encuentro con unos cientos gramos de más. ¿Castigo de dios? Pues no, el maldito ADN es el que maneja el cotarro.

Por eso pienso que, simplemente, es la sociedad la que intenta jorobarnos la existencia empujándonos a que aceptemos esos defectos y manías que nos convierten en seres humanos, y que los corrijamos antes de que nos manden a la tumba. A la tumba nos va a mandar ella como siga hostigándonos así. ¿Por qué no se hacen los bancos un propósito firme de bajar las hipótecas y dejar de robarnos con comisiones fantasma o intereses de demora inexistentes? ¿Por qué las multinacionales no se prometen a sí mismas que van a tratar a sus empleados como a seres humanos y no como a máquinas? ¿Por qué los dirigentes no realizan pública penitencia para que todo el mundo sea consciente de sus verdaderos pecados?

Año nuevo, vida nueva. Me niego. Pienso seguir con mi existencia como hasta ahora, y si me muero por el camino, pues, ala, encantado de haberles conocido.

Y lean muchos libros, que es lo verdaderamente importante.

He visto la Luz...

He visto la Luz... Hoy me retiro de toda esta tontería de la ciencia ficción y la fantasía. He tenido una revelación; lo he visto claro. Ahora sé que he perdido mi vida entera buceando en textos indecorosos y gilipollescos, abrumado por historias de un futuro que nunca llegará a nosotros. A veces la rebeldía adolescente nos pasa factura, sobre todo a los que nos quedamos encasquillados en ella, agarrados al clavo ardiente de la transgresión.

La Luz me ha dicho que debo ser Poeta, con una P mayúscula bien grande y ostentosa.

Ahora disfrutaré de los atardeceres sabiendo que esa mezcla de colores de la bóveda celeste responde al nombre de rosicler (un galicismo la mar de culto que había pasado de largo ante mi entendimiento); que los pájaros arrullan la aurora con su canto y que las oscuras golondrinas tienden nidos bajo balcones desvencijados por el paso del tiempo; que las muchachas florecen (en lugar de alcanzar la pubertad), y que las auroras boreales son espectros de otros días (y no fotones alterados por el campo magnético terrestre). Sí, seré Poeta, de rima fácil para poder llegar a todos los públicos sin esforzarme demasiado, que el verso blanco, o libre, huele demasiado a imaginación desbordante.

Quizá haga alguna incursión en la novela costumbrista, y esboce el patetismo que nos acosa sin abrigo de subterfugios desnivelados. Retrataré la vida de mi vecina (cincuenta páginas para describir su salón, creo que serán suficientes), punto por punto, cuidando el detalle de sus cabellos canos, ondulados cual olas grises en un amanecer tormentoso; relataré las vicisitudes de su existencia: marido borracho, hijos descastados, nietos ululantes, compromiso social con todo aquello que es políticamente correcto. Pincelaré la vida en viñetas coloristas, fácilmente reconocible por los lectores, para que no tengan que pensar más que lo estrictamente necesario. Tendré éxtio, conozco algo el oficio de juntar letras.

Luego vuelta a los Poemas, después de embolsarme algún premio realmente importante y sustancioso, de esos que te aseguran un puesto de honor en algún programa de televisión sesudo y elitista. Dragó me contará entre sus amigos.

Lo siento por todos los que acudís en busca de mundos irreales. La fantasía ha muerto para mí. Ahora ya soy maduro. Ahora ya soy un Hombre.

He dicho adiós a la inocencia.

Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo

Es época de ruegos, así que aquí están los míos:

Deseo que a Bush le entren siete cosas y le tengan que hacer la lobotomía por la vía rápida, cuchillo jamonero a mano; que a Pepema Aznar le entre un súbito ataque de lucidez y confiese ante el parlamento que ha hecho el imbécil y que se retirará a Groenlandia para criar osos polares; que los soldados españoles sean llamados a casa para que pasen las fiestas con sus familias, ahí es donde deben estar; que todas las mujeres maltratadas tengan el coraje de plantarle cara a los bastardos que les mortifican; que todos los niños del mundo tengan un trozo de pan que echarse a la boca, que todos los juguetes del mundo occidental se conviertan en maná y vayan a parar a sus manos; que las guerran cesen en este mismo instante...

Deseo que la sociedad se averguence de sus desmanes, que los tiranos derramen el mismo número de lágrimas que hayan provocado en los ojos de su pueblo, que la Verdad ilumine los corazones de aquellos que matan en el nombre de cualquiera de los dioses de este planeta...

Deseo que ocurra un fallo informático a escala mundial y deje peladas las cuentas de los bancos, y que todo ese dinero acabe en manos de los pobres...

Deseo que la cultura se imponga, y que la Razón recobre su trono entre los hombres de buena voluntad. Deseo que me quieran como quiero, y que me respeten en la misma medida que yo lo hago...

He sido un niño bueno. Con sólo una de esas cosas me conformo.

Feliz Carnaval y próspero Trofeo Carranza.

Luz de luna

Tengo un ordenador que puede hacer prácticamente de todo. Graba discos, muestra películas, retoca fotos. corrige mis textos cuando escribo (esto lo odio y, por lo tanto, está desactivado), me mantiene conectado con el mundo, me permite hablar con gente con la que, de otro modo, me sería imposible hacerlo...

Tengo un móvil que te cagas (regalo de mi empresa de telefonía por ser tan buen cliente), con el que también puedo conectame con el mundo, hacer fotos, escuchar música, jugar a juegos de antaño con colores de ahora, enviar mensajes instantáneos, saber qué tiempo hace en Papeettee, pedir pizzas, calcular mis impuestos, ver el saldo que me queda en el banco...

Tengo una sociedad que avanza (hacia delante, sin mirar a los lados), una sociedad que se embarca en las nuevas tecnologías como el niño que abre un juguete para ver qué demonios hay en su interior. Nuestra civilización descubre ingenios y técnicas con aplicaciones buenas y malas, desarrolla sistemas que, supuestamente, sirven para mejorar nuestra calidad de vida; nos ofrece una belleza efímera y engañosa que está construida sobre los chips de silicio y la fibra óptica que acabará por enlazarlos a todos...

Tengo de todo. Pero ayer descubrí que nada de esto me impresiona tanto como la vieja luna, henchida en sangre, flotando sobre las aguas negras de la bahía de Cádiz envuelta en tinieblas, rielando sobre el mar en calma.

Cuando el Hombre sea capaz de hacer algo así, estaré realmente impresionado.

Novela

Tachánnnnnn....

Hoy, por fin, ha nacido mi primera novela. Cinco meses entre la gestación y el parto, la mitad que un ser humano. Su concepción fue en Conil, en mitad de un caluroso mes de Agosto; ha visto la luz en Jerez de la Frontera, en los primeros días de un desapacible y lluvioso Diciembre. Ha pesado un kilo doscientos cincuenta gramos (de papel blanco). Se la conocerá por el nombre de Esperando la marea.

Quede constancia de ello.

Talante Enfermizo

Estoy enfermo, con una faringitis de padre y muy señor mío, y el cuerpo me tiembla como si estuviese viendo un dinosaurio carnívoro a dos metros, con las fauces abiertas y a punto de devorarme.

Estoy hecho un verdadero asco.

Puede que no le importe a nadie mi estado físico (con toda seguridad), y yo lo entenderé perfectamente. Pero, como esto es una bitácora pública, simplemente hago constar mi pachuchez para que exista pública constancia de ello.

Cuando la cabeza deje de darme vueltas, y mis ojos no parezcan los de un conejo con mixomatósis, volveré a escribir algo medianamente coherente. Mientras tanto, rezad (los que creáis en Dios) por mi salud.

Los ateos como yo basta con que se tomen un par de copas...

A mi salud.

Las Perras de la Guerra

Un tipo entra en un bar, se sienta en la barra, pide una caña de cerveza, el camarero se la pone y se va para servir a otro cliente. Hasta ahí todo es normal, lo malo es cuando el interfecto da un sorbo a la birra, la escupe, y, airado, saca una pistola y la emprende a tiros con todo el que se le pone por delante.

Lo detienen, por supuesto, y el hombre alega que la cerveza era una mierda y que estaba en su derecho de defenderse atendiendo a derechos constitucionales: el uso de las armas en defensa propia. Esto, que aquí nos parece una auténtica majadería (por suavizar mucho la cuestión), se está convirtiendo en la muerte nuestra de cada día allende los mares, en ese país de descerebrados que viene a ser Estados Unidos.

El uso de las armas en legítima defensa es allí un derecho recogido en su Carta Magna, es cierto, pero no lo es menos el hecho de que ese artículo se redactó en tiempo y forma en los que podía (nunca lo es) ser necesario. Hablamos de las postrimerías del viejo oeste, cuando la ley y el orden brillaban por su ausencia. Lo verdaderamente demencial, es que ese artículo nunca haya tenido una enmienda, como la tuvo la prohibición de consumir o vender alcohol. A los gringos les interesa desde siempre el negocio de las armas, sin importarles cuántos inocentes deban pagar con su vida los beneficios que se embolsan las grandes fábricas de armamento.

Obush es el profeta de esta extraña religión, de este bizarro culto a la muerte. Pregona el uso de las armas como una suerte de rito catárquico en el que las fuerzas del bien hallarán la luz que les dirigirá hacia la victoria. No le importa la muerte. Si se la traen al pairo los cientos de soldaditos americanos que piden venganza desde sus tumbas, ya me dirán ustedes a mí qué puede importarle que mueran cientos, miles de civiles allá en Oriente cuyo único pecado consiste en haber nacido y vivido bajo la dictadura de un psicópata como él, que, para colmo, es el único que parece haberse salvado. Obush y sus perras, Blair y Ánsar, no entienden de humanidad porque están por encima de nosotros, mortales, como los dioses del Olimpo lo estaban por encima de los pobre griegos, sometidos a sus caprichos sin posibilidad de defenderse.

Esta especie de Trinidad partenogenética del siglo XXI está en posesión de la verdad. Y nosotros no. Es simple, al menos para ellos. Nuestros comentarios les resbalan, y nuestras verdades se diluyen en su verborrea fácil e insustancial, en la demagogia venenosa que confunde al sector borreguil de nuestros pueblos, quizá obnubilados por un aura de poder fabricada en los grandes estudios de Hollywood. Obush y sus perras están tranquilos, no tienen nada de que preocuparse, nada que temer, ¿por qué habrían de hacerlo? ¿Quién puede acceder al salón de los dioses y pedirles cuentas?

No creo en dios alguno, ni, por tanto, en su contrapartida maligna. Pero a veces me gustaría hacerlo, sólo por tener la seguridad de que los cientos de miles de inocentes que mueren a causa de sus fantasías megalomaníacas de pacotilla tendrán, al menos, la satisfacción de abrazar la muerte sabiendo que estos tres hijosdeputa se pudrirán en el infierno hasta el fin del universo.

Aunque, pensándolo bien, creo que ni allí los querrían…

Ni una neurona en su sitio

Ya he vuelto. Tengo la cabeza como una coctelera después de pasarme trece horas saltando entre diversos trenes y estaciones de la España profunda desde Bilbao hasta Cádiz. Pero bien, gracias.

He visto paisajes estupendos, de los que salían en mi libro de sociales cuando yo era chiquetito.

He visto trenes de tebeo, de película cutre de los años cincuenta (tanto se parecían que casi esperabas ver salir a López Vázquez o a Gila de uno de los compartimentos).

He visto llover en el Norte, que no es como en el Sur.

He visto a doctores en biología molecular (con las venas un poco saturadas de alcohol etílico) explicando que el capitán Cook no cogía el escorbuto porque comía berzas fermentadas.

He visto a gente hasta los cojones de Ibarretxe y de Arzalluz.

He visto como se vende una página web con el método más coherente que me he encontrado jamás.

He visto Matrix: Revolutions (¡Por fin!)

He visto a un ejecutivo alemán meterse entre pecho y espalda una tortilla de coles y bacon a las siete menos cuarto de la mañana, regada con café.

He visto tantas cosas en menos de cuarenta y ocho horas que podría estar escribiendo toda la noche. Pero acabo de volver, estoy cansado, el sobre me llama... Y por culpa del traqueteo del tren, no tengo ni una neurona en su sitio.

Buenas noches.

El sabor del oro entre los dientes

A Juan Antonio Revuelta, que entiende las palabras de Crom...

Mañana me voy. Las bestias aullarán por mi partida, en las tabernas oscuras de los pueblos masacrados correrá la cerveza junto a mi nombre. Parto hacia las altas tierras del norte,
(Cimmeria, Hiboria, el Monte del Destino)
desde las marismas del sur del mundo, donde la canícula aprieta y los hombres taciturnos campan a sus anchas.

Mañana me voy. Vista al frente, orillando los caminos en busca de una estrella que me guíe. Desnudo, sin armas, buscando la razón y la experiencia para confesar que he vivido. Atrás quedarán la familia y los compañeros, al cuidado del fuerte, oteando sin descanso el horizonte en busca de un enemigo.

Mañana me voy, con el regusto amargo de las lágrimas bordeando mis labios resecos, tras hundir las raíces del silencio en grietas ardientes de desiertos olvidados. Escupiré palabras al viento, esperando recuperarlas algún día. Mientras, los buitres me escoltarán hasta las tumbas polvorientas de los guerreros olvidados por la Historia.

Mañana me voy. No os apenéis, me espera el batir de los tambores, tras las cordilleras de los montes empapados de sangre inocente. El beso de mi amada me reconfortará mientras me envuelve el descarnado filo de los vientos del páramo, más allá del Río Negro; las almas errabundas acariciarán mis cabellos cenicientos.

Mañana me voy. Quedad en paz.

Más allá del premio

Ayer tarde me llamó un tipo. Muy amable, se presentó como un cargo de la UPV de Bilbao, y me dijo que tenía el gusto de comunicarme que había ganado el primer premio del Certamen de Literatura Fantástica "Alberto Magno", convocado por la Universidad del País Vasco. Enhorabuena, me dice el hombre. Yo no sé qué decir, sobre todo en estos días y en estas horas, cuando uno llega cansado de la ingente labor que es cuidar a unos ciento cincuenta adolescentes, intentando enseñarles inglés, de paso.

Gracias, digo yo (me eduqué en un colegio de curas, algo de educación se me pegó). Le ha correspondido, dice él, la cantidad de... ¿Qué más da? Hoy es un día feliz. Mi mujer, que aguanta a mi lado carros y carretas, daba saltos de alegría, y me comía a besos. Como contrapunto surrealista, mi hija pequeña tenía una rabieta de campeonato y como que le importaba un pimiento eso del premio. Mientras, mi hijo mayor, que ahora empieza a pensar, filosofaba de forma incrédula negándose a creer que a alguien le pudieran dar dinero por golpear teclas tarde tras tarde.

La noticia voló como la pólvora entre mis allegados. Mi suegro me felicitó de inmediato. Ángel Torres, amigo y maestro, envió de inmediato un email de felicitación. Luego mis padres y hermanos. Mi padre, henchido de orgullo cual muñecote de Michelín, proclamaba que había que llamar a los periódicos (no, papá, déjalo, mejor cuando caiga el Planeta). Mi hermana gritaba, exultante... Una locura deliciosa, directamente extraída de la filosofía de los Hermanos Marx, pura felicidad durante unas horas, en las que todo sabe a celebración.

Ese es el verdadero premio. Saber que hay gente a la que le importas lo suficiente como para que se alegren de tus pequeños triunfos.

Gracias a todos.

El bautismo de Gaia

El agua deslizándose por los cristales, en forma de pequeñas gotas huidizas que siguen patrones sólo predecibles por las matemáticas de Caos. Un contrapunto de gris plomizo en el horizonte, algodonoso o uniforme, depende de la borrasca que empuje al firmamento. Es la estación de las lluvias.

La ciudad huele a limpio cuando está recién bañada, como un niño pequeño tras la ablución diaria. Las calles son menos tristes, y los árboles respiran con fuerza en nuestros rostros. Crecen arroyuelos por las esquinas, que arrastran hojas anémicas, barcos improvisados para hormigas errabundas.

Y los niños saltan charcos, porque son niños. Sus madres, preocupadas por los virus y bacterias que campan a sus anchas en el húmedo ambiente, corretean tras ellos, increpándoles, cogiéndoles en volandas cada vez que sus cortas piernas dan un brinco en dirección a esa diminuta superficie de agua. En realidad, sienten envidia, porque una vez fueron como ellos. En la mirada de los infantes habitan sueños, y no cuesta imaginar que se creen piratas, mandoble en mano, afianzados a las jarcias, escudriñando el horizonte en busca de un barco inglés al que asaltar…

Llega la bendición de las tormentas, la única señal que nos queda de que, en verdad, seguimos vivos.

Simbiosis

A veces uno se bloquea y no sabe qué escribir. La página en blanco se torna entonces el peor de los monstruos conocidos, y parece mofarse de nuestra angustia, como si nos retara a rellenar su superficie con algo más que exabruptos sin sentido. Es el instante más solitario que concibo: un hombre solo contra la creación, atrapado en una especie de duelo místico que no todos son capaces de comprender.

Durante esos momentos críticos, la mente parece tomar la sustancia de un ladrillo introducido a presión dentro del cráneo, incapaz de realizar las oportunas y naturales conexiones dentro de la red neural. Las ideas son pegajosas, lentas, deslavazadas, como el mundo visto a través de un cristal empañado. Y nada surge de nuestro interior. Nos hemos quedado vacíos de repente, expulsados de un plumazo de ese universo de pensamiento en el que nos gustaría nadar.

Los psicólogos dicen que es el stress, el ansia de volcar palabras, lo que nos limita y nos impide crear. Nos recomiendan recostarnos en nuestro sillón y dejar la mente en blanco, desintegrar ese ladrillo denso y malvado a golpes de… nada. Dejar flotar el espíritu, hasta que se alce con dirección al infinito y llegue a algún lugar de maravilla en el que nunca hemos estado. Allí quizá conozcamos a alguien, o a varios alguienes, quién sabe. El problema es encontrar al adecuado, a ese personaje que posee una característica especial que le distingue del resto, que hace o dice cosas que a nadie podrían dejar indiferentes. Una vez que lo encontremos, es labor nuestra perder la timidez e invitarle a una copa, pedirle que nos cuente por qué caminos ha discurrido su vida, cómo llegó hasta ese lugar que ahora frecuentamos, qué espera conseguir con su estancia. Es posible que nos confiese sus intimidades, que abra su alma, depositando en nosotros una confianza que no merecemos.

Porque los escritores somos como sanguijuelas, agazapados en cualquier lugar, esperando encontrar a ese alguien que nos preste su vida para chupársela y verterla sobre las cuartillas. Después la disfrazaremos, la pintaremos con colores y texturas que sólo existen en nuestra imaginación, la haremos discurrir por senderos y escenarios a los que hemos llegado dejando vagar los ojos de la mente hacia el vacío en el que se reúne todo lo posible y lo imposible, hasta moldear una historia que a vosotros, los lectores, os pueda interesar.

En el fondo, todo es una cuestión de simbiosis.

Halloween, ¿de qué y de cuándo?

Halloween, ¿de qué y de cuándo? A ver, todos ustedes, chicos y mayores menores de veinte años, ¿podrían decirme cuándo demonios han celebrado ustedes el puñetero Halloween? Porque yo no lo recuerdo. Quizá es que ya voy para viejo, o que en mi juventud me pasé con la absenta, todo es posible en este mundo nuestro de hoy en día.

Lo cierto es que no veo que nadie levante la mano. Natural, porque no hay un alma en este país, a no ser que tenga la desgracia de tener entre uno y ocho años, que sepa o recuerde cómo diablos se celebra esta fiesta que los grandes superficies se han sacado de la manga. Yo sé que nunca me he disfrazado de piltrafa humana antes de Febrero (tiempo en el que se celebran mis benditos carnavales de Cádiz), y que jamás he ido de puerta en puerta pidiendo a los vecinos que me dieran caramelos bajo la amenaza velada de hacerles una putada en caso de que me los negaran.

No, no señor. Nunca.

Porque en esta nación, y en cualquiera de sus autonomías federalistas, siempre se ha celebrado esta época con grandes ingestas de castañas y nueces, huesos de santo y panellets; con ramos de flores para honrar a los difuntos, en cementerios abarrotados y rebosantes de color, de olor a ropa nueva; y con representaciones de Don Juan, el siniestro, locuaz, y bribón Don Juan Tenorio, pervertidor de doncellas y crápula establecido, gallardo y pendenciero, saqueador de tumbas y borracho empedernido. Un tipo mucho más interesante que toda esa panda de seres supuestamente monstruosos que abarrotan las pesadillas de un pueblo tan infantil como el norteamericano.

Pero, no se engañen, todo es parte de una estrategia comercial muy bien planificada. Las grandes superficies tienen que cubrir un pequeño espacio vacío entre las rebajas de septiembre y la precampaña de navidad (hoy he comprado polvorones, turrones, y demás chucherías, contemplando asombrado los pasillos rebosantes de juguetes con opción a reserva). Como no hay un Dia de... a mano, nos endilgan el puñetero Halloween, para que nuestros retoños se vistan de mamarrachos y den por culo a los vecinos. Y es que, desgraciadamente, el disfraz de Don Juan no da para mucho en lo que a ventas se refiere, y las flores no son mercancía con la que poder trapichear si hay cadáveres de por medio.

Aunque, a más de uno, no le importaría mucho enfundarse las calzas y pillar a una buena Doña Inés en alguna apartada orilla...

Bienvenidos

Hola a todos, niños y niñas, monstruos y monstruas. Pasad todos a este imperio decadente que es Niágara, el último bastón de la humanidad pensante.
No querréis que me presente. ¿Para qué? Pocos serán los que lean estas líneas, aún menos los que se dignen a enviar sus comentarios. Sólo soy uno más de los olvidados, de los socialmente oprimidos, uno más de vosotros, los que llegan con fatiga a la puerta del fin de semana después de luchar contra leones y tigres durante cinco largos días. Porque uno tiene la impresión de que la sociedad civilzada no es más que otra suerte de jungla, más tecnológica y sofisticada, en la que debemos sobrevivir como podamos para no ser devorados por esos monstruos informes e invisibles que sólo necesitan nuestro número de cuenta corriente para masticarnos, o nuestro voto para cachondearse de nosotros... Me temo que la depresión planea sobre mi mente cansada.

Entrad, pues, como os digo, y disfrutad de un área no mediatizada en la que diré lo que me dé la gana en los términos que se me ocurran. Si alguien se ofende, que apague el navegador y visite los enlaces del Vaticano, me han dicho que son buenos para el alma y el espíritu. Mientras tanto, un consejo: no seáis buenos, los que os obligan a serlo suelen ser demonios disfrazados que después ríen a nuestras espaldas.

Bienvenidos.