Metacapitalismo
Por fin se acabaron las fiestas navideñas. Respiro tranquilo, a pesar del estado vietnamítico en el que ha quedado mi hogar después de pasar el trío ese de magos metacapitalistas cuyo único fin parece ser que los pequeños se eduquen el el ultraconsumismo más ruín que pueda imaginarse.
Los niños ilusionados, por supuesto (aunque me temo que ya les queda poco para descubrir el pastel), a nuestra costa. No me referiré al estado en el que ha quedado la VISA, eso ya lo sabrán ustedes. Me ceñiré simplemente al aspecto que ha tomado mi casa. La habitación de mi hijo, por ejemplo, sería una buena muestra de ello. Imagínense un Parque Jurásico en miniatura, mezclado con imágenes del universo Marvel, fundido con la Tierra Media: pterodáctilos sobre Trolls de las Cavernas, triceratops y dilofosaurios bajo la inmensa sombra de una ballesta orca de la que cuelga un Spederman magnético que se pega a todo; velociraptores, tiranosaurios, enredándose entre las altas ruedas de un Bigfoot a radio control con el logotipo del trepamuros (otra vez, y las que quedan) estampado en toda su superficie; y, ocupando un lugar de honor entre los akchonman y los libros del Capitán Calzoncillos, LA ESPADA DEL REY (en mayúsculas, tal como lo pronuncia mi hijo), juguete estrella junto con el guante de... ¡El lanzaredes, lo adivinaron!
El aposento de mi hija es como su hubiera sido absorbido por una dimensión agresiva que sólo tuvieran un color: el rosa. Y una temática: el Lago de los Cisnes de la Barbie, incluyendo un traje de ballet encargo de Van Doren, vestimenta que, a estas alturas, aún cubre el pequeñó cuerpo de mi hija. Calculamos que, allá por Carnavales, habremos conseguido despojarle de ella. Caramelos y golosinas, y unas muñecas pijísimas que responden al nombre de Bratz, y que incluso sacan colecciones de últimas tendencias (una campaña de marketing del carajo, hay que reconocerlo).
Yo no he salido mal parado. Cámara digital (faltaría plus), grabadora de DVD (tiembla videoclú, tiembla), un peluco la mar de chulo, un mando para jugar en el ordenador (lo siento, soy uno de esos locos que aborrece las pleisteichon), y, por supuesto, libros, muchísimos libros, todos toditos de ciencia ficción. Guau. Mi santa tiene una nueva batería de jerseises y lencerías, de cajas de bombones, de relojes y pulseras pijas (aunque ella es cualquier cosa menos eso), y un cacharro enorme para hacer gimnasia que ocupa medio despacho. A ella le gusta machacarse para mantener el tipo, y yo que lo agradezco, oigan.
En fin, supongo que cientos de euros invertidos en ilusiones vagas (que se agradecen) cuyo precio habrá bajado hoy como un treinta por ciento en la inmensa mayoría de los casos, una señal más de la decandencia cultural de occidente, que se deja (nos dejamos) timar a pecho descubierto. Esto ya no es capitalismo, señores, esto va más allá: metacapitalismo, por usar prefijos griegos.
Mis hijos me dicen que ppor qué me han traído los reyes tan pocos regalos, comparados con lo suyos, que si no he sido lo bastante bueno. Yo les miro y me dan ganas de darles la verdadera explicación, pero me contengo.
No quiero ser excesivamente malo, por si acaso.
Los niños ilusionados, por supuesto (aunque me temo que ya les queda poco para descubrir el pastel), a nuestra costa. No me referiré al estado en el que ha quedado la VISA, eso ya lo sabrán ustedes. Me ceñiré simplemente al aspecto que ha tomado mi casa. La habitación de mi hijo, por ejemplo, sería una buena muestra de ello. Imagínense un Parque Jurásico en miniatura, mezclado con imágenes del universo Marvel, fundido con la Tierra Media: pterodáctilos sobre Trolls de las Cavernas, triceratops y dilofosaurios bajo la inmensa sombra de una ballesta orca de la que cuelga un Spederman magnético que se pega a todo; velociraptores, tiranosaurios, enredándose entre las altas ruedas de un Bigfoot a radio control con el logotipo del trepamuros (otra vez, y las que quedan) estampado en toda su superficie; y, ocupando un lugar de honor entre los akchonman y los libros del Capitán Calzoncillos, LA ESPADA DEL REY (en mayúsculas, tal como lo pronuncia mi hijo), juguete estrella junto con el guante de... ¡El lanzaredes, lo adivinaron!
El aposento de mi hija es como su hubiera sido absorbido por una dimensión agresiva que sólo tuvieran un color: el rosa. Y una temática: el Lago de los Cisnes de la Barbie, incluyendo un traje de ballet encargo de Van Doren, vestimenta que, a estas alturas, aún cubre el pequeñó cuerpo de mi hija. Calculamos que, allá por Carnavales, habremos conseguido despojarle de ella. Caramelos y golosinas, y unas muñecas pijísimas que responden al nombre de Bratz, y que incluso sacan colecciones de últimas tendencias (una campaña de marketing del carajo, hay que reconocerlo).
Yo no he salido mal parado. Cámara digital (faltaría plus), grabadora de DVD (tiembla videoclú, tiembla), un peluco la mar de chulo, un mando para jugar en el ordenador (lo siento, soy uno de esos locos que aborrece las pleisteichon), y, por supuesto, libros, muchísimos libros, todos toditos de ciencia ficción. Guau. Mi santa tiene una nueva batería de jerseises y lencerías, de cajas de bombones, de relojes y pulseras pijas (aunque ella es cualquier cosa menos eso), y un cacharro enorme para hacer gimnasia que ocupa medio despacho. A ella le gusta machacarse para mantener el tipo, y yo que lo agradezco, oigan.
En fin, supongo que cientos de euros invertidos en ilusiones vagas (que se agradecen) cuyo precio habrá bajado hoy como un treinta por ciento en la inmensa mayoría de los casos, una señal más de la decandencia cultural de occidente, que se deja (nos dejamos) timar a pecho descubierto. Esto ya no es capitalismo, señores, esto va más allá: metacapitalismo, por usar prefijos griegos.
Mis hijos me dicen que ppor qué me han traído los reyes tan pocos regalos, comparados con lo suyos, que si no he sido lo bastante bueno. Yo les miro y me dan ganas de darles la verdadera explicación, pero me contengo.
No quiero ser excesivamente malo, por si acaso.
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laura -
Largo -