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out of niagara

Bebiendo la noche a tragos

La gente comienza a estar hasta los cojones. Y es que se veía venir.

Soy uno de esos privilegiados que tengo una visión bastante objetiva del problema del botellón. Por una parte, pertenezco a esa Generación Límite que no somos ni jóvenes ni viejos, ni carcas ni progres, ni eso ni todo lo contrario... Somos capaces de ver las cosas desde una cierta distancia, ¿por qué no? No hace tanto que hemos sido jóvenes, que nos hemos bebido la vida a tragos en los jardines de cualquier parque o al amparo de cualquier casapuerta que algún vecino se dejara abierta al ir a tirar la basura... Hemos sido parte del problema, quizá los artífices involuntarios que abrimos la caja de los truenos sin saber muy bien lo que estábamos haciendo. Ahora quizá empezamos a ver las consecuencias de nuestra juvenil imprudencia.

Por el otro lado, mis alumnos me cuentan con pelos y señales sus acciones y motivaciones del fin de semana. Son conversaciones llenas de angustia, de desidia, de las que se desprende que se encuentran perdidos en un mundo que no comprenden... Algunos son gente con problemas familiares, otros adolecen de una sorprendente falta de autoestima. Los más, están embargados por un aburrimiento crónico que no les deja comprender la verdadera naturaleza de la realidad que les rodea.

Salen en manada, dispuestos a devorar la noche, a beber de sus venas oscuras y perder el conocimiento en una manifiesta huida de la realidad. Son el producto de nuestra sociedad del bienestar, donde todos son derechos y los deberes brillan por su ausencia.

Son víctimas de poderes que, quizá, no estén interesados en una juventud que tenga capacidad de pensar, de discernir, de criticar las órdenes de los estamentos superiores...

Cada uno es libre de calibrar las consecuencias.

Volvemos al lío

Bueno, aquí estamos otra vez. Por qué no. Desgraciadamente, el tiempo de que dispongo no me permite llevar el portal NIAGARA como quisiera y, en vista de lo desatendido que está, he preferido obviarlo y seguir dedicándome a verter de vez en cuando mis pensamientos en este blog.

Además, hay un proyecto por ahí que espero que os gustará, sobre todo a la gente que vive en la zona de la Bahía. Será algo mucho más cercano, más real, fuera de este universo virtual que es la red...

O sea, que, bienvenidos otra vez a este vuestro, nuestro, espacio. Que sea para bien.

Seguiremos informando.

TRASLADO INMEDIATO

Bueno, nanos, la época de la bitácora terminó. No es que me vaya a rendir, ni mucho menos, simplemente es que este espacio se me quedaba pequeño para todas las cosas que tenemos (o queremos) hacer y decir los que por aquí nos movemos. Debido a ello, y porque puedo, he preferido montar un portal (tipo CYBERDARK, para aquellos que lo conozcáis), en el cual podremos enviarnos mensajes, dejar artículos propios (sólo usuarios registrados), tener un diario personal, y muchas otras cosas más, incluyendo salas de chat privadas para hablar de nuestros asuntos. Este blog se desactivará en un mes. Los que lo deseen, pueden seguir mi locura interior pinchando en el siguiente enlace:

Portal Niágara Calling

Allí os espero, los pocos que ya lo están usando están dándome gratas sorpresas. Ea, pasaos por allí que hay curro pa tos.

Un saludo sincero

NO HAY ESTRELLAS (I)

Doy comienzo a la experiencia de escribir en esta bitácora una novela por entregas de corte fantástico, espero que les guste.

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Plata rancia y magia nueva.


Famelius podía oler al elfo. Tenía un talento natural para ello. No sabía dónde se hallaba la maldita criatura, tantos cuerpos y razas en un espacio tan diminuto no ayudaban a su localización, pero sentía que se hallaba bastante cerca, en un radio de cinco o seis codos. Quizá se trataba de aquella figura embozada que se inclinaba sobre la mesa que la camarera atendía en aquellos momentos. La chica era una imbécil, sólo había que mirarla. No sería capaz de distinguir la cola de un dragón del látigo de un esbirro. Se removió en su asiento con nerviosismo. La captura del elfo no era asunto suyo, desde luego, pero le haría alcanzar cierto prestigio ante los ojos del capitán.

Giró la cabeza en la dirección de la mesa que ocupaba su superior.

El capitán Grandilus tenía a una de aquellas rameras grog sentada en sus rodillas, y bebía a grandes tragos de una inmensa pinta de cerveza. Terminó con el líquido, soltó un sonoro eructo y levantó la jarra de madera, agitándola en el aire, para que le escanciasen más. Otra de las sirvientas de la posada se apresuró a llegar hasta él sosteniendo una cuba de mediano tamaño sobre su cabeza, salpicando a la clientela a su paso. No le importaron los insultos que proferían los parroquianos: servir a Grandilus era evidentemente una tarea prioritaria.
Volvió a concentrarse en sus asuntos. Jugó con las tiras de carne estofada del plato que acababan de servirle. No tenía mucho apetito, y no se fiaba de la cocina de aquellos lugares. Corrían leyendas de boca en boca que hablaban sobre las prácticas caníbales de aquella parte de Trondheim. Famelius no solía hacer mucho caso a los cuentos de vieja que encontraba a su paso, pero lo cierto era que la chicha tenía un aspecto y un olor un tanto peculiar. Dejó caer el cubierto dentro de la escudilla y agarró el vaso de arcilla que aún no había probado. La peste a elfo le estaba poniendo enfermo.

Un juglar vestido con harapos ocupó el pequeño escenario que había junto a la salida de la cocina. Ante las señas del dueño, un sirviente de aspecto cansado se apresuró a encender los candiles que había a cada lado de la tarima de madera. Los parroquianos estallaron en vítores y comenzaron a golpear con sus jarras las superficies de las mesas, algunos silbaron, y las furcias empezaron a aplaudir. El bardo simuló no prestar mucha atención al júbilo que había despertado su presencia y dio la espalda al auditorio para afinar la pequeña arpa con filigranas de plata que portaba en sus manos. Se oyeron algunos silbidos, sobre todo del piso superior, y algunas piezas de pan rancio cayeron sobre las tablas. El músico no se inmutó lo más mínimo y siguió con su tarea hasta que, tras llevarse el instrumento al oído y rasguear las cuerdas, no se sintió seguro de que sonaría según su gusto. En ese momento se dio la vuelta, avanzó hasta el centro del escenario, y realizó una profunda reverencia ante los presentes.

Famelius, que había estado contemplando la escena sin mucho interés, volvió a concentrarse en el vino. Frente a su mesa, una pareja de enanos gruñones discutían sobre los impuestos que el Mayor había ordenado aplicar a las labores de plata rancia. Hablaban en voz alta, exagerando mucho las vocales (a la manera enana), confiados en que nadie de aquellos lugares sería capaz de entender su lengua. Estaban en un error. Famelius sí podía hacerlo. Sus labios se curvaron en una sonrisa, después tomó un sorbo de aquel brebaje de mierda. Si los enanos supieran que la espada que colgaba de su cinto estaba fabricada con aquel material...

De repente se quedó sordo.

Debería haber sospechado algo en el momento en que el bardo comenzó a cantar. No le había estado prestando demasiada atención, pero el público se había callado de súbito cuando el tipo empezó a farfullar su presentación. Fue en ese instante cuando las voces de los enanos se hicieron más nítidas; antes habían estado silenciadas por el bullicio de los clientes. Famelius no perdió más tiempo lamentando su descuido. Se levantó de la silla de un salto y echó mano de la plata que pendía de su cintura, arrojando al suelo la silla y la mesa con todo su contenido. Sin detenerse a calcular sus acciones se arrojó hacia la tarima mandoble en mano, dispuesto a acabar con la alimaña.

El elfo se estaba despojando de su disfraz, convencido de que todos cuantos habían caído bajo el poder de su hechizo no volverían a abrir los ojos para contarlo. Las orejas y la nariz le crecían poco a poco, desgarrando la carne rosada a su paso, picos carnosos en un rostro oscuro y afilado.

Y el hedor se hacía cada vez más insoportable.

Los harapos que habían cubierto su carne grisácea yacían arremolinados en torno a sus pies. El remedo de rostro humano, perlado de verrugas que supuraban un líquido infecto, se hinchaba y se desinflaba con cada golpe de respiración. El elfo aulló, pregonando a la noche su triunfo, y Famelius, que estaba a punto de aterrizar a su lado, aun sin oírle, sintió que cada una de las fibras de su ser se convertía en un cristal de escarcha y estallaba en mil pedazos.

La criatura detectó el movimiento y se encogió, poniéndose a la defensiva. Famelius cayó rodando sobre las desvencijadas tablas. Sin detener el impulso, se incorporó, y, girando sobre sí mismo, lanzó una estocada a ciegas que esperaba cercenar la cabeza del engendro. El elfo fue más rápido. Esquivó con desahogo el ataque de Famelius flexionando las cuatro extremidades hasta que su cuerpo esquelético tocó el suelo. Pequeñas cascadas de baba verdosa cayeron sobre la tarima formando un charco inmundo que empezó a corroer la madera.

–Hijo de puta –murmuró Famelius lanzándose de nuevo hacia su oponente.

El elfo le contemplaba desde el suelo con los ojos muy abiertos y una mirada que parecía inquieta flotando sobre ellos. No comprendía la causa de que Famelius no estuviera también idiotizado por su magia. Tensó la garganta y movió los labios, como entonando una suave canción de cuna, pero la interrumpió de inmediato en cuanto vio que el soldado avanzaba de nuevo dispuesto a ensartar su cuerpo. La punta de la espada pasó a escasos milímetros del repugnante rostro de la criatura, que consiguió revolverse en el último instante. La hoja se clavó en la madera, y la inercia desestabilizó a Famelius de forma tan brutal que salió despedido de la tarima, cayendo sobre los cuerpos anestesiados de los parroquianos. Quedó allí, desmadejado, asfixiado por le hedor a sudor corrompido por la excesiva ingesta de alcohol barato. Intentó incorporarse, recuperar su arma, pero una sensación de intenso peligro le dejó congelado, casi despojado de su capacidad de movimiento. De repente, más que oírlo, sintió un agudo grito que provenía de la tarima, una enfermiza vibración del aire que le envolvía.

La carne que le aprisionaba comenzó a agitarse, como sometida al tira y afloja de una invisible marea. Se escuchaban gruñidos sordos por doquier, respiraciones profundas y entrecortadas, la música de las bestias. Se incorporó, jadeando, y comprendió lo que iba a suceder. El descarnado beso de la muerte se cernía sobre sus rasgos contraídos por el dolor.

Vio al elfo en mitad de la tarima, triunfal, entonando su mágica cantinela con los esqueléticos brazos alzados hacia el cielo. Convocaba a sus ejércitos como un héroe de antaño, con la arenga muda del poder absoluto, de la más rendida posesión de cuerpos y almas. Famelius vio la inmensa mole de su capitán que destacaba entre la abigarrada masa de formas, tamaños, y razas; sus ojos habían perdido la humanidad, y su mirada la ferocidad del guerrero. Tragó una larga bocanada de aire. No tenía escapatoria posible, pero moriría llevándose a cuantos pudiera por delante.

Avanzó dando empellones entre los zombis que se preparaban para despedazarle sin piedad, derribando a todos los que podía a su paso. Los cuerpos caían y se levantaban inmediatamente, privados de la humana capacidad de sentir dolor. El elfo notó que Famelius había decidido plantar batalla, y volvió a bramar aquella canción maldita. Luego echó las zarpas al suelo y le espero a la manera de los engendros, con las garras extendidas y la espalda arqueada, presto a saltar sobre él. Famelius alcanzó el borde del escenario, sintiendo que sus ropas eran desgarradas por manos ansiosas que trataban de impedir a toda costa que la espada refulgente volviese a su poder. Rugió de dolor cuando sintió que unos dientes ansiosos mordían su pierna derecha, sus glúteos, su espalda. Trató de seguir, extendió el brazo, casi atrapó el mango de la plata hundida en la madera. Ante él, la criatura alzó el lomo y una fugaz centella de maldad cruzó sus pupilas hundidas. Iba a saltar sobre él.

Lo hizo. Famelius trató de escabullirse con sus últimas fuerzas, y, aun estando a las puertas del infierno, no pudo dejar de admirar la belleza, la perfección de aquel salto perfecto. El elfo trazó una delicada parábola, las fauces abiertas destilando aquella baba apestosa. Pero no llegó a su destino. En mitad de la curva, ante los ojos sorprendidos de Famelius, el engendro fue alcanzado por un delgado rayo de luz que iluminó la estancia y se llevó el hedor.

El haz de sólida luminiscencia no le atravesó el cuerpo. Se enroscó en torno a su podrida carne, como una serpiente cegadora, y lo mantuvo en el aire. El elfo luchaba por librarse de aquel abrazo, pero la delgada línea de fotones parecía hacerse más fuerte con cada uno de sus intentos. La criatura soltó un alarido que fue perfectamente audible, desprovisto de hechizos, y, de pronto, su cuerpo se dividió en dos mitades de salieron despedidas en sentidos opuestos, salpicando de vísceras verdosas todo cuanto había en un radio de varios codos.

La taberna quedó en silencio. Pronto empezaron a oírse gemidos apagados, suspiros, sollozos. Las manos que sujetaban a Famelius le liberaron lentamente, con los restos del hechizo todavía gobernando sus mentes confusas. Éste cayó al suelo, desmadejado, sin comprender todavía muy bien lo que había ocurrido, sangrando por muchas zonas de su cuerpo. Una mano enguantada se movió ante sus ojos incrédulos.

--Ha faltado poco –la voz era tan dulce como el agua en la garganta del sediento. Voz de mujer, una alegre cascada despeñándose en un idílico estanque.

Famelius no pudo responder. Como pudo agarró la mano que le ofrecían y se dejó alzar con suavidad. Para ser una mujer era fuerte, muy fuerte. La desconocida le ayudó a sentarse en el borde de la tarima. A su alrededor los parroquianos, confundidos, pedían que alguien les explicase lo que había sucedido. Famelius apretó los ojos, se mordió los labios, tratando de soportar un dolor que le atravesaba como una flecha en la noche. Cuando los abrió contempló el rostro más hermoso del universo. Durante un instante eterno se perdió en aquellos grandes ojos glaucos, transparentes como el alma de un niño, en aquella boca de miel, en la plateada melena que se despeñaba por sus hombros y se perdía tras unos hombros perfectos...

--Toma –dijo ella con una sonrisa, haciendo que un nuevo universo se creara en alguna parte--. Creo que esto es tuyo.

Famelius tomó la espada de manos de aquel ángel. Y supo que había sido bendecido. En la frente de la mujer brillaba el Signo, el Círculo y la Flecha, tan claros como el sol que despierta al amanecer. Quiso arrodillarse, pero un puñal de dolor se lo impidió.

¿Qué había hecho él, un tosco soldado de provincias, para ser salvado por una diosa?

(Continuará)

La tumba de Donald

La tumba de Donald

Se veía venir, anda que no: la Disney a tomar por culo. Personalmente, me alegro infinito, pues ya estaba harto de deconstruir cada puta película en voz alta para que mis hijos no muriesen asfixiados bajo la ingente cantidad de moralina que destilaban cada una de sus imágenes. Y es que han perdido la partida por ser tan inmovilistas, tan cutres, y tan rematadamente soberbios; en suma, por ser tan americanos. Por otra parte, su falta de ideas era verdaderamente preocupante. Uno ya había perdido la cuenta de cuántas veces había visto la misma historia repetida hasta la saciedad, dibujada por manos distintas en escenarios diferentes.

Parece ser que es Pixar, la responsable de todos sus últimos éxitos, quien, al fin y al cabo, ha ganado la partida. Empezó siendo una simple asalariada y ha llegado a una posición de privilegio pocas veces superada en este tipò de eventos. Su contrato con Disney acaba en el 2006, y, entonces, veremos a ver qué pasa, porque me da en la nariz que Lasseter y sus muchachos ya están preparando la jugada de la muerte para asestarle el golpe definitivo a esta decrépita y decadente fábrica de pesadillas infantiles.

Yo, repito, me alegro mucho. Y con gusto bailaría sobre la tumba de ese imbécil despendolado que es el Pato Donald.

Que no descanse en paz...

Feeling Down

Durante estos últimos días me he sentido un tanto chungalé, que en gaditano viene a significar, más o menos, que me encuentro al borde de la depresión, con todos los síntomas incluidos. Y lo verdaderamente preocupante es que no tengo ni puñetera idea de por qué estoy así. Quiero decir, no tengo problemas acuciantes a los que no les veo solución; no me ha sucedido nada desagradable (después de tres semanas de vacaciones, ya me dirán), y la familia bien, gracias. El curro no puede ser. Ser profesor es muy estresante, pero dos días no bastan para machacarte las neuronas: hacen falta un par de semanas por lo menos.

Así que me veo en la extraña encrucijada de no saber cuál es la causa de que esté colgando al borde de la angustia y la ansiedad. Podría preguntarle a Van Doren, que es experto en estas lides (y en muchísimas más), pero le veo demasiado ocupado arreglando el mundo. Por lo tanto esperaré a que la situación sea insostenible. De momento no se ve peligro en el horizonte, sólo una ligera desazón.

Puede que sea que no consigo escribir. Para mí es como un vicio, como cuando te mueres por fumarte un cigarrillo y no tienes tabaco a mano, y, desde que acabé la puta novela, no he conseguido esbozar cuatro ideas seguidas más allá de esta bitácora. Me falta el aire, y ese cosquilleo malsano que te provoca ser el Amo de Títeres de unos personajes que han nacido en tu interior, esa sensación casi divina del poder creador de universos. Es una opción, pero, sinceramente, no creo que sea para tanto.

Más bien, me inclino por el agotamiento emocional que me provocan las pasadas fiestas. Ustedes son muy dueños de sentir lo que les venga en gana, faltaría más, pero yo, como mi buen amigo Ángel Torres, cada vez soporto menos esa exaltación del consumismo disfrazada de rito (pagano y religioso a partes iguales), esa exhibición de materialismo (como soy un perfecto idiota, no puedo quitarme de la cabeza que más de la mitad del planeta se muere de hambre mientras nosotros nos inflamos de langostinos), esa podredumbre moral que nos lleva a identificar cariño con tarjeta de crédito… Una tontería, se lo concedo, aunque todo vemos la realidad desde prismas bien distintos.

Quizá todo se reduzca a una saturación, a la incapacidad de procesar un flujo de datos demasiado denso. La doctora que me atiende normalmente (que, encima, es compañera de trabajo), dice que quizá he sufrido demasiado stress últimamente –pongamos en los últimos cinco años–, y que la mente tiene un límite, que llega un día en que se niega a seguir trabajando bajo esta presión brutal a la que nos somete la sociedad en que vivimos. En ese momento caemos, y a ver quién nos levanta.

Pásenlo bien.

Metacapitalismo

Por fin se acabaron las fiestas navideñas. Respiro tranquilo, a pesar del estado vietnamítico en el que ha quedado mi hogar después de pasar el trío ese de magos metacapitalistas cuyo único fin parece ser que los pequeños se eduquen el el ultraconsumismo más ruín que pueda imaginarse.

Los niños ilusionados, por supuesto (aunque me temo que ya les queda poco para descubrir el pastel), a nuestra costa. No me referiré al estado en el que ha quedado la VISA, eso ya lo sabrán ustedes. Me ceñiré simplemente al aspecto que ha tomado mi casa. La habitación de mi hijo, por ejemplo, sería una buena muestra de ello. Imagínense un Parque Jurásico en miniatura, mezclado con imágenes del universo Marvel, fundido con la Tierra Media: pterodáctilos sobre Trolls de las Cavernas, triceratops y dilofosaurios bajo la inmensa sombra de una ballesta orca de la que cuelga un Spederman magnético que se pega a todo; velociraptores, tiranosaurios, enredándose entre las altas ruedas de un Bigfoot a radio control con el logotipo del trepamuros (otra vez, y las que quedan) estampado en toda su superficie; y, ocupando un lugar de honor entre los akchonman y los libros del Capitán Calzoncillos, LA ESPADA DEL REY (en mayúsculas, tal como lo pronuncia mi hijo), juguete estrella junto con el guante de... ¡El lanzaredes, lo adivinaron!

El aposento de mi hija es como su hubiera sido absorbido por una dimensión agresiva que sólo tuvieran un color: el rosa. Y una temática: el Lago de los Cisnes de la Barbie, incluyendo un traje de ballet encargo de Van Doren, vestimenta que, a estas alturas, aún cubre el pequeñó cuerpo de mi hija. Calculamos que, allá por Carnavales, habremos conseguido despojarle de ella. Caramelos y golosinas, y unas muñecas pijísimas que responden al nombre de Bratz, y que incluso sacan colecciones de últimas tendencias (una campaña de marketing del carajo, hay que reconocerlo).

Yo no he salido mal parado. Cámara digital (faltaría plus), grabadora de DVD (tiembla videoclú, tiembla), un peluco la mar de chulo, un mando para jugar en el ordenador (lo siento, soy uno de esos locos que aborrece las pleisteichon), y, por supuesto, libros, muchísimos libros, todos toditos de ciencia ficción. Guau. Mi santa tiene una nueva batería de jerseises y lencerías, de cajas de bombones, de relojes y pulseras pijas (aunque ella es cualquier cosa menos eso), y un cacharro enorme para hacer gimnasia que ocupa medio despacho. A ella le gusta machacarse para mantener el tipo, y yo que lo agradezco, oigan.

En fin, supongo que cientos de euros invertidos en ilusiones vagas (que se agradecen) cuyo precio habrá bajado hoy como un treinta por ciento en la inmensa mayoría de los casos, una señal más de la decandencia cultural de occidente, que se deja (nos dejamos) timar a pecho descubierto. Esto ya no es capitalismo, señores, esto va más allá: metacapitalismo, por usar prefijos griegos.

Mis hijos me dicen que ppor qué me han traído los reyes tan pocos regalos, comparados con lo suyos, que si no he sido lo bastante bueno. Yo les miro y me dan ganas de darles la verdadera explicación, pero me contengo.

No quiero ser excesivamente malo, por si acaso.

La Duodécima Noche

Hoy es la Duodécima Noche, la Epifanía, la Noche de Reyes. Guau.

Lo digo sin coñas. Desde siempre he tenido predilección por esta fecha, la única que recuerdo haber vivido con una ilusión verdadera y sincera. Todo es culpa de mi padre, por supuesto, un tipo que, como todo humano, acumula virtudes y defectos. Entre las primeras se encuentra la de saber transmitir un entusiasmo desmedido en todo lo que se refiera a su familia. Cuando llegaba el cinco de enero, el hombre sabía cómo hacer las cosas, hay que reconocerlo (podría seguir hablando de él, pero necesitaría unas quince bitácoras más). Y no era fácil teniendo cinco bocas que mantener y un sólo sueldo con el que enfrentarse a la ardua tarea de satisfacer las esperanzas de unos chiquillos inocentes.

Una de las cosas más me ha sorprendido e intrigado durante toda mi vida ha sido la cuestión de dónde y cómo conseguía ocultar los regalos de cinco churumbeles metomentodo que saqueaban el piso de arriba a abajo en cualquiera de sus juegos. Nuestra vivienda, la verdad, era cualquier cosa menos grande. Hogar concentrado, hogar de obrero, hogar que rezumaba calidez y cariño... pero hogar embutido en un espacio reducido donde el sólo hecho de poder hacer los deberes con tranquilidad era ya un verdadero milagro. Así que, vamos a ver, ¿dónde diablos escondía el hombre tamaña cantidad de muñecas, pistolas láser (el menda, que ya apuntaba), zoológicos (todos los años uno, Van Doren es así), equipaciones de fútbol, clicks de famobil, caramelos, golosinas, rifles, juegos reunidos geyper... Buddah, siempre me imaginé aquello como la multiplicación de los panes y los peces en versión Revuelta. A veces pensaba que mi padre podía ser un mutante tipo Patrulla X, ¿por qué no? La imaginación de un niño da para eso y mucho más.

El hecho es que nunca descubrí cómo lo hacía, ni siquiera cuando llegó la época en el que la edad y la preadolescencia se encargan de derribar ese velo que nos hace mantener la ilusión de que esa triada de magos recorre el mundo en menos de ocho horas para cumplir los sueños de los niños que se han portado bien.

Aparte del tema del ocultismo de juguetes, había una dificultad añadida para mi viejo: lo fantasmas que eran sus hijos, sobre todo Van Doren y yo. En esas fechas nos convertíamos en un par de generales que desarrollaban ingenuas tácticas y estrategias para atrapar a los reyes magos in fraganti, arrastrando de paso a los pequeños que, en la mayoría de los casos, no se enteraban de nada, o no querían participar por si las moscas. Supongo (ahora soy padre) que papá y mamá tenían que estar levantados hasta las tantas por nuestra culpa, esperando que sus dos hijos mayores se durmieran mientras esperaban agazapados bajo las mantas a que fuese el momento oportuno para atacar y pillar a sus majestades con las manos en la masa.

La infancia es así.

Ahora, que soy yo el que me como el marrón de dibujar el escenario adecuado para que mis retoños no pierdan la ilusión infantil de la magia y el buen rollo, me veo un poco embutido en la carne de mi padre, y veo que, de manera inconsciente, tiendo a imitarle en todo. Hoy me lo imagino nervioso, con la media sonrisa flotando sobre sus labios ya arrugados por la edad, repasando mentalmente si cada uno de sus retoños (y los retoños de sus retoños) va a obtener lo que quería, atesorando dulces y caramelos para que a nadie le falte azúcar en las papilas gustativas. Esta tarde se dará una vuelta por la Plaza de Abastos, o por El Corte Inglés (que es más moderno), y comprará las últimas baratijas, porque para él nunca es suficiente. Antes de acostarse desplegará una tienda de jugetes virtual en el salón del vetusto piso donde crecí, y se le encogerá el corazón como todos los años, y se sentirá feliz pensando en el rostro de sus nietos cuando lleguen como lobos al día siguiente. Dormirá en paz, quizá por última vez en el año.

Yo haré lo mismo. He tenido un buen maestro.

No Change

Dicen que ahora tendríamos que proponernos nuevos retos, por aquello del año nuevo, o, al menos, hacernos firmes propósitos de cambiar nuestra actitud ante esos vicios que a veces nos agobian aunque nosotros no queramos reconocerlo.

¿Por qué?

Yo, la verdad, es que no lo entiendo. Quiero decir, no comprendo ese afán casi católico de hacer un acto de contrición sólo porque nuestro calendario ha saltado de un número a otro. Estamos ya en el 2004, pues qué bien, aunque sólo sea occidente el que piensa que es así. Si empezamos a preguntar a otras culturas no creo que estén muy de acuerdo. Y es que a mí todo esto de los buenos propósitos y del cambio por cojones me suena un poco a rollo materialista o a maniobra social para hacernos sentir un poco más culpables, no vaya a ser que nos lo pasemos demasiado bien y acabe por gustarnos eso de ser felices.

Porque morir, lo que se dice morir, vamos a morir todos. Lo digo por si hay algun ingenuo que todavía crea en la inmortalidad. ¿Algunos antes que otros? Por supuesto, porque así ha sido la dinámica humana desde que el mundo es mundo. No creo que el hecho de ponerse a regimen o empezar a castigarse en un gimnasio tenga nada que ver. Lo creo sinceramente. La genética es la genética, y contra la doble hélice no hay nada que hacer. Un ejemplo: mi mujer come como un regimiento de cosacos hambrientos y jamás engorda ni un patético gramo; yo respiro y ya me encuentro con unos cientos gramos de más. ¿Castigo de dios? Pues no, el maldito ADN es el que maneja el cotarro.

Por eso pienso que, simplemente, es la sociedad la que intenta jorobarnos la existencia empujándonos a que aceptemos esos defectos y manías que nos convierten en seres humanos, y que los corrijamos antes de que nos manden a la tumba. A la tumba nos va a mandar ella como siga hostigándonos así. ¿Por qué no se hacen los bancos un propósito firme de bajar las hipótecas y dejar de robarnos con comisiones fantasma o intereses de demora inexistentes? ¿Por qué las multinacionales no se prometen a sí mismas que van a tratar a sus empleados como a seres humanos y no como a máquinas? ¿Por qué los dirigentes no realizan pública penitencia para que todo el mundo sea consciente de sus verdaderos pecados?

Año nuevo, vida nueva. Me niego. Pienso seguir con mi existencia como hasta ahora, y si me muero por el camino, pues, ala, encantado de haberles conocido.

Y lean muchos libros, que es lo verdaderamente importante.

He visto la Luz...

He visto la Luz...

Hoy me retiro de toda esta tontería de la ciencia ficción y la fantasía. He tenido una revelación; lo he visto claro. Ahora sé que he perdido mi vida entera buceando en textos indecorosos y gilipollescos, abrumado por historias de un futuro que nunca llegará a nosotros. A veces la rebeldía adolescente nos pasa factura, sobre todo a los que nos quedamos encasquillados en ella, agarrados al clavo ardiente de la transgresión.

La Luz me ha dicho que debo ser Poeta, con una P mayúscula bien grande y ostentosa.

Ahora disfrutaré de los atardeceres sabiendo que esa mezcla de colores de la bóveda celeste responde al nombre de rosicler (un galicismo la mar de culto que había pasado de largo ante mi entendimiento); que los pájaros arrullan la aurora con su canto y que las oscuras golondrinas tienden nidos bajo balcones desvencijados por el paso del tiempo; que las muchachas florecen (en lugar de alcanzar la pubertad), y que las auroras boreales son espectros de otros días (y no fotones alterados por el campo magnético terrestre). Sí, seré Poeta, de rima fácil para poder llegar a todos los públicos sin esforzarme demasiado, que el verso blanco, o libre, huele demasiado a imaginación desbordante.

Quizá haga alguna incursión en la novela costumbrista, y esboce el patetismo que nos acosa sin abrigo de subterfugios desnivelados. Retrataré la vida de mi vecina (cincuenta páginas para describir su salón, creo que serán suficientes), punto por punto, cuidando el detalle de sus cabellos canos, ondulados cual olas grises en un amanecer tormentoso; relataré las vicisitudes de su existencia: marido borracho, hijos descastados, nietos ululantes, compromiso social con todo aquello que es políticamente correcto. Pincelaré la vida en viñetas coloristas, fácilmente reconocible por los lectores, para que no tengan que pensar más que lo estrictamente necesario. Tendré éxtio, conozco algo el oficio de juntar letras.

Luego vuelta a los Poemas, después de embolsarme algún premio realmente importante y sustancioso, de esos que te aseguran un puesto de honor en algún programa de televisión sesudo y elitista. Dragó me contará entre sus amigos.

Lo siento por todos los que acudís en busca de mundos irreales. La fantasía ha muerto para mí. Ahora ya soy maduro. Ahora ya soy un Hombre.

He dicho adiós a la inocencia.

Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo

Es época de ruegos, así que aquí están los míos:

Deseo que a Bush le entren siete cosas y le tengan que hacer la lobotomía por la vía rápida, cuchillo jamonero a mano; que a Pepema Aznar le entre un súbito ataque de lucidez y confiese ante el parlamento que ha hecho el imbécil y que se retirará a Groenlandia para criar osos polares; que los soldados españoles sean llamados a casa para que pasen las fiestas con sus familias, ahí es donde deben estar; que todas las mujeres maltratadas tengan el coraje de plantarle cara a los bastardos que les mortifican; que todos los niños del mundo tengan un trozo de pan que echarse a la boca, que todos los juguetes del mundo occidental se conviertan en maná y vayan a parar a sus manos; que las guerran cesen en este mismo instante...

Deseo que la sociedad se averguence de sus desmanes, que los tiranos derramen el mismo número de lágrimas que hayan provocado en los ojos de su pueblo, que la Verdad ilumine los corazones de aquellos que matan en el nombre de cualquiera de los dioses de este planeta...

Deseo que ocurra un fallo informático a escala mundial y deje peladas las cuentas de los bancos, y que todo ese dinero acabe en manos de los pobres...

Deseo que la cultura se imponga, y que la Razón recobre su trono entre los hombres de buena voluntad. Deseo que me quieran como quiero, y que me respeten en la misma medida que yo lo hago...

He sido un niño bueno. Con sólo una de esas cosas me conformo.

Feliz Carnaval y próspero Trofeo Carranza.

Información Aséptica

Esto no es un artículo. Me limito a colocar aquí un enlace para que podáis ver, si queréis, una foto del momento en que recojo el premio UPV (la mar de maqueao que iba), acompañado de una entrevista que me hicieron en BEM On Line.

Ahí lo tenéis:

Entrevista a Joaquín Revuelta

Sed buenos.

Robando ilusiones

Hace pocas horas ha saltado a la palestra un desagradable asunto que salpica a toda la estructura del mundillo de la fantasía de este país. Parece que hay pruebas de que una cierta editorial de reciente cuño está editando sus libros basándose en prácticas fraudulentas y giros empresariales poco limpios. Añadamos, además, a este feo asunto, el hecho de que no ha pagado a los autores patrios que les confiaron sus obras. El asunto traerá cola, y supongo que todos saldremos perjudicados: autores, traductores, editores, y lectores. Es un duro golpe para un colectivo que veía que, poco a poco, la seriedad del género se iba imponiendo al igual que en otros países.

No pretendo decir que el mundillo del fantástico español no sea un asunto serio, nada más lejos de mis pensamientos. Para mí y para un grandísimo colectivo de personas y entidades lo es, y mucho, y teníamos puestas muchas esperanzas en estos vientos de cambio que soplaban a nuestro alrededor.

Publicar fantasía, terror, o ciencia ficción en español es algo muy difícil. Hay que luchar contra la presión del mundo anlgosajón en todos los frentes, queramos o no. Los lectores se muestran desconfiados ante un apellido que pueden pronunciar sin dificultad; los editores nos exigen (a los autores) niveles de calidad por los que no pasarían muchas de las obras que ellos mismos publican, firmadas por nombres que suenan exóticos y poderosos a fuerza de la costumbre. Vender libros es un negocio, no nos engañemos, la bondad de un producto depende de las gráficas de productividad y beneficios, y, hoy por hoy, las nuestras no pueden competir con las del (en el buen sentido de la palabra) enemigo.

Pero esa tendencia está empezando a cambiar. Por primera vez, las casas editoriales especializadas en nuestro género comienzan a volver los ojos hacia productos nacionales. Con un público que va en aumento (sírvase el incrédulo visitar cualquier foro en Cyberdark), este era el paso lógico a seguir. Los editores demandan novelas, en detrimento de la extensa producción de cuentos y relatos con la que contábamos hasta la actualidad, y. a fe mía, que sus exigencias se van cumpliendo. Yo mismo he redactado mi primera obra de más de doscientas páginas, algo que, hace cinco o seis años, no me habría creído capaz de hacer. Entre todos lo vamos consiguiendo, o, al menos, intentándolo. Para exigir seriedad hay que corresponder en los mismos términos. Mucho se ha discutido ya el tema en multitud de foros: no tendremos profesionalidad hasta que todos demostremos profesionalidad.

Y ahora esto.

Utilizar traducciones antiguas de obras clásicas, sujetas a los derechos pertinentes, sin abonarlos a sus legítimos dueños, es (al menos a mis ojos) un robo en toda regla, comparable al del sinvergüenza que roba los ahorros de las ancianas contando con que éstas nunca se percatarán del hurto. Yo, que siempre he soñado con traducir una novela o un relato de ciencia ficción (a pesar de ser del gremio, todavía no he tenido esa oportunidad), no puedo menos que horrorizarme de este hecho. Creía que nuestra legislación no permitía este tipo de desmanes, tenía una confianza casi ciega en ello. Me pongo en el pellejo del responsable de las traducciones escamoteadas. Pienso en que algún día me podría pasar a mí, si alguna vez consigo mi sueño. Como autor en ciernes, miedo me da pensar en el futuro, sabiendo que íntimos amigos míos, pilares del fantástico en lengua castellana, no ven que su trabajo (a menudo el que en otros países realizan cuatro o cinco personas a la vez) produzca beneficios.

¿Y los lectores, aquellos que han gastado su dinero de buena fe (en muchos casos adolescentes o jóvenes de escasos recursos y mucho ansía de lectura) en obras que son producto del delito? ¿No generará otra oleada de desconfianza hacia el resto de las editoriales que están apoyando al género desde la total profesionalidad y legalidad? Minotauro, Nova, Bibliópolis, La Factoría de Ideas, Robel, Gigamesh, Silente, Espiral… y tantas otras que seguramente me dejaré en el tintero…

Supongo que muchas otras personas se sentirán igual que yo, algunas incluso más indignadas. No es para menos. A cada uno le duele lo suyo, y no todos tienen una bitácora en la que patalear.

Luz de luna

Tengo un ordenador que puede hacer prácticamente de todo. Graba discos, muestra películas, retoca fotos. corrige mis textos cuando escribo (esto lo odio y, por lo tanto, está desactivado), me mantiene conectado con el mundo, me permite hablar con gente con la que, de otro modo, me sería imposible hacerlo...

Tengo un móvil que te cagas (regalo de mi empresa de telefonía por ser tan buen cliente), con el que también puedo conectame con el mundo, hacer fotos, escuchar música, jugar a juegos de antaño con colores de ahora, enviar mensajes instantáneos, saber qué tiempo hace en Papeettee, pedir pizzas, calcular mis impuestos, ver el saldo que me queda en el banco...

Tengo una sociedad que avanza (hacia delante, sin mirar a los lados), una sociedad que se embarca en las nuevas tecnologías como el niño que abre un juguete para ver qué demonios hay en su interior. Nuestra civilización descubre ingenios y técnicas con aplicaciones buenas y malas, desarrolla sistemas que, supuestamente, sirven para mejorar nuestra calidad de vida; nos ofrece una belleza efímera y engañosa que está construida sobre los chips de silicio y la fibra óptica que acabará por enlazarlos a todos...

Tengo de todo. Pero ayer descubrí que nada de esto me impresiona tanto como la vieja luna, henchida en sangre, flotando sobre las aguas negras de la bahía de Cádiz envuelta en tinieblas, rielando sobre el mar en calma.

Cuando el Hombre sea capaz de hacer algo así, estaré realmente impresionado.

Novela

Tachánnnnnn....

Hoy, por fin, ha nacido mi primera novela. Cinco meses entre la gestación y el parto, la mitad que un ser humano. Su concepción fue en Conil, en mitad de un caluroso mes de Agosto; ha visto la luz en Jerez de la Frontera, en los primeros días de un desapacible y lluvioso Diciembre. Ha pesado un kilo doscientos cincuenta gramos (de papel blanco). Se la conocerá por el nombre de Esperando la marea.

Quede constancia de ello.

Historias de machotes

A Van Doren, él sabrá por qué...

Dicen que R.L. Stevenson le hizo una promesa a un chico que se quejaba de que las mujeres estropeaban las historias. Le dio su palabra de que escribiría una novela en la que no hubiese ninguna fémina, y en la que todo lo que sucediese fueran aventuras. Stevenson lo hizo, por supuesto. Por eso tenemos ese clásico que es “La Isla del Tesoro”, donde la única hembra es la madre de Jim, y sale así como de soslayo. Sin duda, ésta fue su mejor obra, y por la que será siempre recordado (pues la mayoría de la gente no sabe que “Doctor Jeckyll y Mr Hyde” también salió de su pluma, tras ingerir unos gramitos de coca. Pero esa es otra historia).

Hoy, observando a mi hijo de siete años, y leyendo en esta bitácora los comentarios de mi querido colega Van Doren (que, encima, es mi hermano), me he dado cuenta de que la voz de ese chico del siglo XIX todavía tiene adeptos. Tanto mi vástago como mi frater han sido educados, como yo, en la creencia de la igualdad entre sexos. Me consta(como padre y pariente), que ambos creen en esa idea a rajatabla, al igual que un servidor de ustedes. Sin embargo, algo hay en esa nuestra maraña de proteínas helicoidal (vulgo ADN) que a veces nos impulsa a olvidar la educación y la razón, y exigir historias de machotes. Hablo sólo de literatura, claro, no me malinterpreten.

Lo sé, porque tanto a Van Doren como a mí (y a mi hijo, pero él está empezando) suelen gustarnos las mismas cosas. Él tiene sus preferencias literarias, y yo las mías. Pero en muchas ocasiones deambulamos por lugares comunes. Uno de ellos, de nuestros preferidos, es la tierra salvaje por donde se mueve ese animal de bellota con espada al cinto que es Conan, El Bárbaro. El sumum del macho machote por excelencia.

Conan no cree en ningún dios, pero maldice a Crom, por si acaso. Tiene la inteligencia de un felino, y su misma mala leche (no en vano es conocido en el archipiélago de las Barachas como Amra, el León). Reparte hostias a diestro y siniestro, bebe como un batallón de cosacos del Don, es verdugo de brujos y odia a las serpientes del culto de Set. Ladrón, pirata, mercenario, pendenciero… Su relación con las mujeres es sencilla: si están buenas se las folla, y si no… Imposible, en el universo por donde se mueve nuestro héroe todas, absolutamente todas las féminas, dejarían en pañales a las niñatas del Playboy. Aun así, su barbarie se va puliendo con los años, y hasta se enamora en tres ocasiones, de mujeres de armas tomar (literalmente). Se casa con la última y tiene un hijo, Conn. Otro prenda como su padre.

Robert Erwin Howard, su creador, era un escritor de “pulps”, lo que aquí llamaríamos “novelitas de a duro”. Vamos, que escribía para comer, en plan producción industrial. Supongo que ni él mismo supo adivinar la trascendencia que iban a tener sus obras, ni los miles de fans que iba a tener sobre el planeta. ¿El secreto de su éxito? Sencillo. Sus historias hablan de lugares mágicos y exóticos, sitios donde tu mente se puede perder y disfrutar del paisaje. Son espacios bellamente peligrosos, donde las mujeres son diosas y los hombres aún creen en el honor y en el poder de las espadas forjadas por manos honestas. Y todo escrito con una prosa sencilla, pero cuidada y cautivadora, un registro que no te pide tener un diccionario a mano para poder entender algunos párrafos. Representa el triunfo de lo simple frente a algunas recargadas tintas de su época.

¿Que por qué les cuento todo esto? Pues porque Van Doren y yo, al igual que el muchacho que se quejó ante Stevenson, considerábamos que tanta tía buena a la que rescatar (y posteriormente penetrar) lastraba mucho las historias de Conan, y lo discutíamos sin descanso. Hasta que leímos “Más Allá del Río Negro”, la única historia que escribió Howard en la que no aparecía ni una sola mujer. Créanme, y me cuesta mucho admitirlo, es el mejor relato que salió de su pluma.

Que Crom dirija vuestra espada.

Lágrimas en la lluvia

Ayer por la tarde llovía desde el infierno, al menos en este pequeño punto del norte de África donde me ha tocado recalar. Veía el agua caer desde nubes orondas, grises, preñadas de pequeños vástagos cristalinos, pariéndolos sobre nuestras cabezas... Y me vino a la mente la que es, sin duda (al menos para mí), la mejor frase que he escuchado en una película:

"Todos esos recuerdos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia..."

Sí, las famosas palabras que pronunciara Roy Batty, el replicante NEXUS 6, segundos antes de morir sobre un tejado sucio y maloliente en el agobiante Los Angeles del futuro donde se desarrolla la acción de la mítica Blade Runner.

Ha sido y será una de las muertes más líricas del cine, sobre todo del cine de Ciencia Ficción, donde en la inmensa mayoría de las películas defenestran al personal con rayos láseres, bombas de muones, neurolátigos, o directamente con garras puntiagudas si hay bichos de por medio. Ese leve contrapicado, situándonos al nivel de los ojos del moribundo protagonista humano (?), centrándose gradualmente en el rostro húmedo del supuesto enemigo, donde una catarata de gotas de lluvia nos impiden ver si la vida se escapa de su cuerpo transportada por unas lágrimas imposibles. La paz con que acepta la muerte, respetando la vida de su enemigo. Porque al final, cuando el NEXUS ve que su hora a llegado, comprende que la existencia es el don más preciado, y que debe demostrar ese conocimiento último retirando la parca de los alrededores de Deckard, un blade runner alucinado que no comprende el trascendental momento que le ha tocado vivir.

Así es la vida. Hay gente en nuestro mundo real que no comprende esa enseñanaza, que se empeña en vengar muertes a golpes de muerte, que se empecina en afilar la guadaña propia antes que tratar de esquivar la ajena. Son como el blade runner de la película, que en ningún momento es capaz de aceptar su propia naturaleza.

Pero yo siempre recuerdo a Roy Batty, y su última enseñanza, y trato de inculcarla a mi alrededor, para que ese postulado superior no se pierda nunca en el tiempo.

Como lágrimas en la lluvia.

Talante Enfermizo

Estoy enfermo, con una faringitis de padre y muy señor mío, y el cuerpo me tiembla como si estuviese viendo un dinosaurio carnívoro a dos metros, con las fauces abiertas y a punto de devorarme.

Estoy hecho un verdadero asco.

Puede que no le importe a nadie mi estado físico (con toda seguridad), y yo lo entenderé perfectamente. Pero, como esto es una bitácora pública, simplemente hago constar mi pachuchez para que exista pública constancia de ello.

Cuando la cabeza deje de darme vueltas, y mis ojos no parezcan los de un conejo con mixomatósis, volveré a escribir algo medianamente coherente. Mientras tanto, rezad (los que creáis en Dios) por mi salud.

Los ateos como yo basta con que se tomen un par de copas...

A mi salud.

Primeros Pasos

Quizá muchas de las personas que acceden a esta bitácora nunca han leído Ciencia Ficción. Es posible que la mayoría de ellas sigan en la creencia de que los que nos dedicamos a esto flipamos con las películas de marcianitos verdes que disparan pistolas de rayos, o con series de televisión que muestran a exploradores espaciales cabriolando por mundos increíbles repletos de monstruos de goma que raptan rubias esplendorosas, a las que tienen que salvar en sus naves hipertecnológicas de rayos briónicos...

Bueno, pues sí. Pero, sólo como divertimento. En realidad, la ciencia ficción es mucho más que eso.

Es un vehículo con forma de relato que nos lleva hacia otros universos, que no tienen por qué estar precisamente en el exterior de nuestro planeta, ni ambientados en un futuro distante. Nos gusta contemplar extrapolaciones, adoptar el famoso ¿Y si...? para contemplar ciertas ideas bajo otros prismas, otras lentes que nos hagan ver las luces y las sombras de forma diferente. La buena ciencia ficción no admite los enanitos verdes, a menos que vivan en un planeta con las condiciones físicas adecuadas para que sea así. A los aficinados nos gusta la coherencia interna del relato, y si, de paso, nos explican ciertas teorías científicas de vanguardia, pues mejor que mejor.

Hablar de ciencia ficción es hablar de buena literatura, al menos en la mayoría de los casos. Relatos comprometidos, valientes, que usan técnicas literarias que los autores de mainstream no se atreven a utilizar. A veces jugamos con el tiempo, a veces con el espacio, otras con los personajes... El caso es investigar, ser dueños de nuestro propio laboratorio de especulaciones, vernos capaces de avanzar en donde otros se han detenido.

No quiero convencer a nadie con estas líneas, no soy amigo de apostolados, sean del signo que sean. Mi única intención es brindar a aquel o aquella que quiera darle una oportunidad al género un punto de partida de cierta calidad. Ahí tenéis, vosotros que queréis cruzar la frontera, unas cuantas novelas que os pueden hacer pasar unos ratos maravillosos, lejos de esta, a veces, asfixiante realidad que nos rodea:

--"Frankenstein", de Mary Shelley.
--"La Máquina del Tiempo", de H.G. Wells.
--"Nosotros", de Yevgeny Zamyatin.
--"La Guerra de las Salamandras", de Karel Kapek
--"1984", de George Orwell.
--"Un mundo feliz", de Aldous Huxley.
--"Tigre, Tigre", de Alfred Bester.
--"Fundación" · "Fundación e Imperio" · "Segunda Fundación", de Isaac Asimov.
--"Ubik", de Philip K. Dick
--"Cita con Rama", de Arthur C. Clarke.
--"La mano izquierda de la oscuridad", de Ursula K. LeGuin.
--"Farenheit 451", de Ray Bardbury.
--"Solaris", de Stanislaw Lem
--"Crónicas Marcianas", de Ray Bradbury.
--"Tropas del Espacio", de Robert H. Heinlein.
--"Pórtico", de Frederick Pohl.
--"Todos sobre Zanzibar", de John Brunner.
--"Cantos de Hyperion", de Dan Simmons.
--"El libro del Día del Juicio Final", de Connie Willis.
--"La Era del Diamante: Manual ilustrado para jovencitas", de Neal Stephenson.
--Trilogía de las Islas, de Ángel Torres Quesada.
--"Lágrimas de Luz", de Rafael Marín Trechera.

Bien, son pocas, sólo que, a mi juicio, muy representativas. Quedan muchas en el tintero, y muy buenas, pero esas ya las iréis descubriendo por vosotros mismos.

Espero que disfrutéis del otro lado...

Las Perras de la Guerra

Un tipo entra en un bar, se sienta en la barra, pide una caña de cerveza, el camarero se la pone y se va para servir a otro cliente. Hasta ahí todo es normal, lo malo es cuando el interfecto da un sorbo a la birra, la escupe, y, airado, saca una pistola y la emprende a tiros con todo el que se le pone por delante.

Lo detienen, por supuesto, y el hombre alega que la cerveza era una mierda y que estaba en su derecho de defenderse atendiendo a derechos constitucionales: el uso de las armas en defensa propia. Esto, que aquí nos parece una auténtica majadería (por suavizar mucho la cuestión), se está convirtiendo en la muerte nuestra de cada día allende los mares, en ese país de descerebrados que viene a ser Estados Unidos.

El uso de las armas en legítima defensa es allí un derecho recogido en su Carta Magna, es cierto, pero no lo es menos el hecho de que ese artículo se redactó en tiempo y forma en los que podía (nunca lo es) ser necesario. Hablamos de las postrimerías del viejo oeste, cuando la ley y el orden brillaban por su ausencia. Lo verdaderamente demencial, es que ese artículo nunca haya tenido una enmienda, como la tuvo la prohibición de consumir o vender alcohol. A los gringos les interesa desde siempre el negocio de las armas, sin importarles cuántos inocentes deban pagar con su vida los beneficios que se embolsan las grandes fábricas de armamento.

Obush es el profeta de esta extraña religión, de este bizarro culto a la muerte. Pregona el uso de las armas como una suerte de rito catárquico en el que las fuerzas del bien hallarán la luz que les dirigirá hacia la victoria. No le importa la muerte. Si se la traen al pairo los cientos de soldaditos americanos que piden venganza desde sus tumbas, ya me dirán ustedes a mí qué puede importarle que mueran cientos, miles de civiles allá en Oriente cuyo único pecado consiste en haber nacido y vivido bajo la dictadura de un psicópata como él, que, para colmo, es el único que parece haberse salvado. Obush y sus perras, Blair y Ánsar, no entienden de humanidad porque están por encima de nosotros, mortales, como los dioses del Olimpo lo estaban por encima de los pobre griegos, sometidos a sus caprichos sin posibilidad de defenderse.

Esta especie de Trinidad partenogenética del siglo XXI está en posesión de la verdad. Y nosotros no. Es simple, al menos para ellos. Nuestros comentarios les resbalan, y nuestras verdades se diluyen en su verborrea fácil e insustancial, en la demagogia venenosa que confunde al sector borreguil de nuestros pueblos, quizá obnubilados por un aura de poder fabricada en los grandes estudios de Hollywood. Obush y sus perras están tranquilos, no tienen nada de que preocuparse, nada que temer, ¿por qué habrían de hacerlo? ¿Quién puede acceder al salón de los dioses y pedirles cuentas?

No creo en dios alguno, ni, por tanto, en su contrapartida maligna. Pero a veces me gustaría hacerlo, sólo por tener la seguridad de que los cientos de miles de inocentes que mueren a causa de sus fantasías megalomaníacas de pacotilla tendrán, al menos, la satisfacción de abrazar la muerte sabiendo que estos tres hijosdeputa se pudrirán en el infierno hasta el fin del universo.

Aunque, pensándolo bien, creo que ni allí los querrían