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out of niagara

Historias de machotes

A Van Doren, él sabrá por qué...

Dicen que R.L. Stevenson le hizo una promesa a un chico que se quejaba de que las mujeres estropeaban las historias. Le dio su palabra de que escribiría una novela en la que no hubiese ninguna fémina, y en la que todo lo que sucediese fueran aventuras. Stevenson lo hizo, por supuesto. Por eso tenemos ese clásico que es “La Isla del Tesoro”, donde la única hembra es la madre de Jim, y sale así como de soslayo. Sin duda, ésta fue su mejor obra, y por la que será siempre recordado (pues la mayoría de la gente no sabe que “Doctor Jeckyll y Mr Hyde” también salió de su pluma, tras ingerir unos gramitos de coca. Pero esa es otra historia).

Hoy, observando a mi hijo de siete años, y leyendo en esta bitácora los comentarios de mi querido colega Van Doren (que, encima, es mi hermano), me he dado cuenta de que la voz de ese chico del siglo XIX todavía tiene adeptos. Tanto mi vástago como mi frater han sido educados, como yo, en la creencia de la igualdad entre sexos. Me consta(como padre y pariente), que ambos creen en esa idea a rajatabla, al igual que un servidor de ustedes. Sin embargo, algo hay en esa nuestra maraña de proteínas helicoidal (vulgo ADN) que a veces nos impulsa a olvidar la educación y la razón, y exigir historias de machotes. Hablo sólo de literatura, claro, no me malinterpreten.

Lo sé, porque tanto a Van Doren como a mí (y a mi hijo, pero él está empezando) suelen gustarnos las mismas cosas. Él tiene sus preferencias literarias, y yo las mías. Pero en muchas ocasiones deambulamos por lugares comunes. Uno de ellos, de nuestros preferidos, es la tierra salvaje por donde se mueve ese animal de bellota con espada al cinto que es Conan, El Bárbaro. El sumum del macho machote por excelencia.

Conan no cree en ningún dios, pero maldice a Crom, por si acaso. Tiene la inteligencia de un felino, y su misma mala leche (no en vano es conocido en el archipiélago de las Barachas como Amra, el León). Reparte hostias a diestro y siniestro, bebe como un batallón de cosacos del Don, es verdugo de brujos y odia a las serpientes del culto de Set. Ladrón, pirata, mercenario, pendenciero… Su relación con las mujeres es sencilla: si están buenas se las folla, y si no… Imposible, en el universo por donde se mueve nuestro héroe todas, absolutamente todas las féminas, dejarían en pañales a las niñatas del Playboy. Aun así, su barbarie se va puliendo con los años, y hasta se enamora en tres ocasiones, de mujeres de armas tomar (literalmente). Se casa con la última y tiene un hijo, Conn. Otro prenda como su padre.

Robert Erwin Howard, su creador, era un escritor de “pulps”, lo que aquí llamaríamos “novelitas de a duro”. Vamos, que escribía para comer, en plan producción industrial. Supongo que ni él mismo supo adivinar la trascendencia que iban a tener sus obras, ni los miles de fans que iba a tener sobre el planeta. ¿El secreto de su éxito? Sencillo. Sus historias hablan de lugares mágicos y exóticos, sitios donde tu mente se puede perder y disfrutar del paisaje. Son espacios bellamente peligrosos, donde las mujeres son diosas y los hombres aún creen en el honor y en el poder de las espadas forjadas por manos honestas. Y todo escrito con una prosa sencilla, pero cuidada y cautivadora, un registro que no te pide tener un diccionario a mano para poder entender algunos párrafos. Representa el triunfo de lo simple frente a algunas recargadas tintas de su época.

¿Que por qué les cuento todo esto? Pues porque Van Doren y yo, al igual que el muchacho que se quejó ante Stevenson, considerábamos que tanta tía buena a la que rescatar (y posteriormente penetrar) lastraba mucho las historias de Conan, y lo discutíamos sin descanso. Hasta que leímos “Más Allá del Río Negro”, la única historia que escribió Howard en la que no aparecía ni una sola mujer. Créanme, y me cuesta mucho admitirlo, es el mejor relato que salió de su pluma.

Que Crom dirija vuestra espada.

1 comentario

Van Doren -

Espero de corazón que realmente un día puedas ver el fulgor de naves estelares en llamas, más allá de Orión...
Te quiero, picha