Blogia
out of niagara

CiFi

Información Aséptica

Esto no es un artículo. Me limito a colocar aquí un enlace para que podáis ver, si queréis, una foto del momento en que recojo el premio UPV (la mar de maqueao que iba), acompañado de una entrevista que me hicieron en BEM On Line.

Ahí lo tenéis:

Entrevista a Joaquín Revuelta

Sed buenos.

Robando ilusiones

Hace pocas horas ha saltado a la palestra un desagradable asunto que salpica a toda la estructura del mundillo de la fantasía de este país. Parece que hay pruebas de que una cierta editorial de reciente cuño está editando sus libros basándose en prácticas fraudulentas y giros empresariales poco limpios. Añadamos, además, a este feo asunto, el hecho de que no ha pagado a los autores patrios que les confiaron sus obras. El asunto traerá cola, y supongo que todos saldremos perjudicados: autores, traductores, editores, y lectores. Es un duro golpe para un colectivo que veía que, poco a poco, la seriedad del género se iba imponiendo al igual que en otros países.

No pretendo decir que el mundillo del fantástico español no sea un asunto serio, nada más lejos de mis pensamientos. Para mí y para un grandísimo colectivo de personas y entidades lo es, y mucho, y teníamos puestas muchas esperanzas en estos vientos de cambio que soplaban a nuestro alrededor.

Publicar fantasía, terror, o ciencia ficción en español es algo muy difícil. Hay que luchar contra la presión del mundo anlgosajón en todos los frentes, queramos o no. Los lectores se muestran desconfiados ante un apellido que pueden pronunciar sin dificultad; los editores nos exigen (a los autores) niveles de calidad por los que no pasarían muchas de las obras que ellos mismos publican, firmadas por nombres que suenan exóticos y poderosos a fuerza de la costumbre. Vender libros es un negocio, no nos engañemos, la bondad de un producto depende de las gráficas de productividad y beneficios, y, hoy por hoy, las nuestras no pueden competir con las del (en el buen sentido de la palabra) enemigo.

Pero esa tendencia está empezando a cambiar. Por primera vez, las casas editoriales especializadas en nuestro género comienzan a volver los ojos hacia productos nacionales. Con un público que va en aumento (sírvase el incrédulo visitar cualquier foro en Cyberdark), este era el paso lógico a seguir. Los editores demandan novelas, en detrimento de la extensa producción de cuentos y relatos con la que contábamos hasta la actualidad, y. a fe mía, que sus exigencias se van cumpliendo. Yo mismo he redactado mi primera obra de más de doscientas páginas, algo que, hace cinco o seis años, no me habría creído capaz de hacer. Entre todos lo vamos consiguiendo, o, al menos, intentándolo. Para exigir seriedad hay que corresponder en los mismos términos. Mucho se ha discutido ya el tema en multitud de foros: no tendremos profesionalidad hasta que todos demostremos profesionalidad.

Y ahora esto.

Utilizar traducciones antiguas de obras clásicas, sujetas a los derechos pertinentes, sin abonarlos a sus legítimos dueños, es (al menos a mis ojos) un robo en toda regla, comparable al del sinvergüenza que roba los ahorros de las ancianas contando con que éstas nunca se percatarán del hurto. Yo, que siempre he soñado con traducir una novela o un relato de ciencia ficción (a pesar de ser del gremio, todavía no he tenido esa oportunidad), no puedo menos que horrorizarme de este hecho. Creía que nuestra legislación no permitía este tipo de desmanes, tenía una confianza casi ciega en ello. Me pongo en el pellejo del responsable de las traducciones escamoteadas. Pienso en que algún día me podría pasar a mí, si alguna vez consigo mi sueño. Como autor en ciernes, miedo me da pensar en el futuro, sabiendo que íntimos amigos míos, pilares del fantástico en lengua castellana, no ven que su trabajo (a menudo el que en otros países realizan cuatro o cinco personas a la vez) produzca beneficios.

¿Y los lectores, aquellos que han gastado su dinero de buena fe (en muchos casos adolescentes o jóvenes de escasos recursos y mucho ansía de lectura) en obras que son producto del delito? ¿No generará otra oleada de desconfianza hacia el resto de las editoriales que están apoyando al género desde la total profesionalidad y legalidad? Minotauro, Nova, Bibliópolis, La Factoría de Ideas, Robel, Gigamesh, Silente, Espiral… y tantas otras que seguramente me dejaré en el tintero…

Supongo que muchas otras personas se sentirán igual que yo, algunas incluso más indignadas. No es para menos. A cada uno le duele lo suyo, y no todos tienen una bitácora en la que patalear.

Historias de machotes

A Van Doren, él sabrá por qué...

Dicen que R.L. Stevenson le hizo una promesa a un chico que se quejaba de que las mujeres estropeaban las historias. Le dio su palabra de que escribiría una novela en la que no hubiese ninguna fémina, y en la que todo lo que sucediese fueran aventuras. Stevenson lo hizo, por supuesto. Por eso tenemos ese clásico que es “La Isla del Tesoro”, donde la única hembra es la madre de Jim, y sale así como de soslayo. Sin duda, ésta fue su mejor obra, y por la que será siempre recordado (pues la mayoría de la gente no sabe que “Doctor Jeckyll y Mr Hyde” también salió de su pluma, tras ingerir unos gramitos de coca. Pero esa es otra historia).

Hoy, observando a mi hijo de siete años, y leyendo en esta bitácora los comentarios de mi querido colega Van Doren (que, encima, es mi hermano), me he dado cuenta de que la voz de ese chico del siglo XIX todavía tiene adeptos. Tanto mi vástago como mi frater han sido educados, como yo, en la creencia de la igualdad entre sexos. Me consta(como padre y pariente), que ambos creen en esa idea a rajatabla, al igual que un servidor de ustedes. Sin embargo, algo hay en esa nuestra maraña de proteínas helicoidal (vulgo ADN) que a veces nos impulsa a olvidar la educación y la razón, y exigir historias de machotes. Hablo sólo de literatura, claro, no me malinterpreten.

Lo sé, porque tanto a Van Doren como a mí (y a mi hijo, pero él está empezando) suelen gustarnos las mismas cosas. Él tiene sus preferencias literarias, y yo las mías. Pero en muchas ocasiones deambulamos por lugares comunes. Uno de ellos, de nuestros preferidos, es la tierra salvaje por donde se mueve ese animal de bellota con espada al cinto que es Conan, El Bárbaro. El sumum del macho machote por excelencia.

Conan no cree en ningún dios, pero maldice a Crom, por si acaso. Tiene la inteligencia de un felino, y su misma mala leche (no en vano es conocido en el archipiélago de las Barachas como Amra, el León). Reparte hostias a diestro y siniestro, bebe como un batallón de cosacos del Don, es verdugo de brujos y odia a las serpientes del culto de Set. Ladrón, pirata, mercenario, pendenciero… Su relación con las mujeres es sencilla: si están buenas se las folla, y si no… Imposible, en el universo por donde se mueve nuestro héroe todas, absolutamente todas las féminas, dejarían en pañales a las niñatas del Playboy. Aun así, su barbarie se va puliendo con los años, y hasta se enamora en tres ocasiones, de mujeres de armas tomar (literalmente). Se casa con la última y tiene un hijo, Conn. Otro prenda como su padre.

Robert Erwin Howard, su creador, era un escritor de “pulps”, lo que aquí llamaríamos “novelitas de a duro”. Vamos, que escribía para comer, en plan producción industrial. Supongo que ni él mismo supo adivinar la trascendencia que iban a tener sus obras, ni los miles de fans que iba a tener sobre el planeta. ¿El secreto de su éxito? Sencillo. Sus historias hablan de lugares mágicos y exóticos, sitios donde tu mente se puede perder y disfrutar del paisaje. Son espacios bellamente peligrosos, donde las mujeres son diosas y los hombres aún creen en el honor y en el poder de las espadas forjadas por manos honestas. Y todo escrito con una prosa sencilla, pero cuidada y cautivadora, un registro que no te pide tener un diccionario a mano para poder entender algunos párrafos. Representa el triunfo de lo simple frente a algunas recargadas tintas de su época.

¿Que por qué les cuento todo esto? Pues porque Van Doren y yo, al igual que el muchacho que se quejó ante Stevenson, considerábamos que tanta tía buena a la que rescatar (y posteriormente penetrar) lastraba mucho las historias de Conan, y lo discutíamos sin descanso. Hasta que leímos “Más Allá del Río Negro”, la única historia que escribió Howard en la que no aparecía ni una sola mujer. Créanme, y me cuesta mucho admitirlo, es el mejor relato que salió de su pluma.

Que Crom dirija vuestra espada.

Lágrimas en la lluvia

Ayer por la tarde llovía desde el infierno, al menos en este pequeño punto del norte de África donde me ha tocado recalar. Veía el agua caer desde nubes orondas, grises, preñadas de pequeños vástagos cristalinos, pariéndolos sobre nuestras cabezas... Y me vino a la mente la que es, sin duda (al menos para mí), la mejor frase que he escuchado en una película:

"Todos esos recuerdos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia..."

Sí, las famosas palabras que pronunciara Roy Batty, el replicante NEXUS 6, segundos antes de morir sobre un tejado sucio y maloliente en el agobiante Los Angeles del futuro donde se desarrolla la acción de la mítica Blade Runner.

Ha sido y será una de las muertes más líricas del cine, sobre todo del cine de Ciencia Ficción, donde en la inmensa mayoría de las películas defenestran al personal con rayos láseres, bombas de muones, neurolátigos, o directamente con garras puntiagudas si hay bichos de por medio. Ese leve contrapicado, situándonos al nivel de los ojos del moribundo protagonista humano (?), centrándose gradualmente en el rostro húmedo del supuesto enemigo, donde una catarata de gotas de lluvia nos impiden ver si la vida se escapa de su cuerpo transportada por unas lágrimas imposibles. La paz con que acepta la muerte, respetando la vida de su enemigo. Porque al final, cuando el NEXUS ve que su hora a llegado, comprende que la existencia es el don más preciado, y que debe demostrar ese conocimiento último retirando la parca de los alrededores de Deckard, un blade runner alucinado que no comprende el trascendental momento que le ha tocado vivir.

Así es la vida. Hay gente en nuestro mundo real que no comprende esa enseñanaza, que se empeña en vengar muertes a golpes de muerte, que se empecina en afilar la guadaña propia antes que tratar de esquivar la ajena. Son como el blade runner de la película, que en ningún momento es capaz de aceptar su propia naturaleza.

Pero yo siempre recuerdo a Roy Batty, y su última enseñanza, y trato de inculcarla a mi alrededor, para que ese postulado superior no se pierda nunca en el tiempo.

Como lágrimas en la lluvia.

Primeros Pasos

Quizá muchas de las personas que acceden a esta bitácora nunca han leído Ciencia Ficción. Es posible que la mayoría de ellas sigan en la creencia de que los que nos dedicamos a esto flipamos con las películas de marcianitos verdes que disparan pistolas de rayos, o con series de televisión que muestran a exploradores espaciales cabriolando por mundos increíbles repletos de monstruos de goma que raptan rubias esplendorosas, a las que tienen que salvar en sus naves hipertecnológicas de rayos briónicos...

Bueno, pues sí. Pero, sólo como divertimento. En realidad, la ciencia ficción es mucho más que eso.

Es un vehículo con forma de relato que nos lleva hacia otros universos, que no tienen por qué estar precisamente en el exterior de nuestro planeta, ni ambientados en un futuro distante. Nos gusta contemplar extrapolaciones, adoptar el famoso ¿Y si...? para contemplar ciertas ideas bajo otros prismas, otras lentes que nos hagan ver las luces y las sombras de forma diferente. La buena ciencia ficción no admite los enanitos verdes, a menos que vivan en un planeta con las condiciones físicas adecuadas para que sea así. A los aficinados nos gusta la coherencia interna del relato, y si, de paso, nos explican ciertas teorías científicas de vanguardia, pues mejor que mejor.

Hablar de ciencia ficción es hablar de buena literatura, al menos en la mayoría de los casos. Relatos comprometidos, valientes, que usan técnicas literarias que los autores de mainstream no se atreven a utilizar. A veces jugamos con el tiempo, a veces con el espacio, otras con los personajes... El caso es investigar, ser dueños de nuestro propio laboratorio de especulaciones, vernos capaces de avanzar en donde otros se han detenido.

No quiero convencer a nadie con estas líneas, no soy amigo de apostolados, sean del signo que sean. Mi única intención es brindar a aquel o aquella que quiera darle una oportunidad al género un punto de partida de cierta calidad. Ahí tenéis, vosotros que queréis cruzar la frontera, unas cuantas novelas que os pueden hacer pasar unos ratos maravillosos, lejos de esta, a veces, asfixiante realidad que nos rodea:

--"Frankenstein", de Mary Shelley.
--"La Máquina del Tiempo", de H.G. Wells.
--"Nosotros", de Yevgeny Zamyatin.
--"La Guerra de las Salamandras", de Karel Kapek
--"1984", de George Orwell.
--"Un mundo feliz", de Aldous Huxley.
--"Tigre, Tigre", de Alfred Bester.
--"Fundación" · "Fundación e Imperio" · "Segunda Fundación", de Isaac Asimov.
--"Ubik", de Philip K. Dick
--"Cita con Rama", de Arthur C. Clarke.
--"La mano izquierda de la oscuridad", de Ursula K. LeGuin.
--"Farenheit 451", de Ray Bardbury.
--"Solaris", de Stanislaw Lem
--"Crónicas Marcianas", de Ray Bradbury.
--"Tropas del Espacio", de Robert H. Heinlein.
--"Pórtico", de Frederick Pohl.
--"Todos sobre Zanzibar", de John Brunner.
--"Cantos de Hyperion", de Dan Simmons.
--"El libro del Día del Juicio Final", de Connie Willis.
--"La Era del Diamante: Manual ilustrado para jovencitas", de Neal Stephenson.
--Trilogía de las Islas, de Ángel Torres Quesada.
--"Lágrimas de Luz", de Rafael Marín Trechera.

Bien, son pocas, sólo que, a mi juicio, muy representativas. Quedan muchas en el tintero, y muy buenas, pero esas ya las iréis descubriendo por vosotros mismos.

Espero que disfrutéis del otro lado...

Solaris, o el amor en tiempo lento...

<i>Solaris</i>, o el amor en tiempo lento... Hoy he vuelto a ver Solaris, DVD con la versión de Soderbergh, no la de Tarkowsky. La he visto en tres ocasiones, una en inglés y dos en castellano, para apreciar los detalles desde todos los ángulos, incluyendo los puramente lingüísticos. Cada vez me gusta más esta historia de redención en el límite de lo desconocido.

No seré yo el que caiga en el error de comparar dos categorías estéticas distintas: ni el cine expresará jamás (salvo rarísimas y contadas excepciones) lo que transmite la literatura, ni la literatura conseguirá el impacto sensorial que produce el cine. Cada universo se rige por sus propias reglas, como muy bien sabemos los aficionados al género. Es cierto que no llega ni a hacerle sombra a la novela homónima de Stanislaw Lem en la que está basada, nadie va a negarlo, pero tampoco era necesario que lo hiciera. Está claro que se trata de un proyecto personal, fuera del mainstream de Hollywood, y, por tanto, estamos ante la visión sesgada de unos ojos que han podido ver en el relato escrito cosas muy diferentes. En este sentido, es evidente que cada lector haría un film muy distinto, y que no todos coincidirán en la cara del prisma que utilizarían.

Cuando leí que iban a hacer una nueva adaptación (la primera fue rusa, en 1972), y viniendo de donde venía, me temí que se iban a limitar a hacer otra película gore de terror espacial en el más puro estilo de Horizonte Final o Alien, aprovechando ese tufillo a historia de casa encantada que en ocasiones tiene la novela, ese poderoso terror psicológico que la invade. Creí que aprovecharían la percha de George Clooney para esbozar a un héroe macho machote al rescate de una doctora (doncella) en apuros rodeada por los extraños y malvados Visitantes de la Estación Solaris, en órbita alrededor de un planeta vivo, dominado por ese extraño océano cambiante con su particular código de conducta. Nada más lejos de la realidad. Me encontré con una oscura historia de amor y redención, profunda, cruel, manida por lo absolutamente humana… Cercana para muchos de nosotros: un esbozo patético de lo difícil que es la comunicación humana, sobre todo dentro de la pareja.

Los que hayáis leído la novela, sabéis que es precisamente ese uno de los puntos centrales del relato: el problema de la comunicación entre especies. Los Visitantes, esos extraños espectros materiales que encarnan los sueños más profundos de los humanos, parecen ser una sofisticada forma de intercambio de información entre la entidad Solaris y esas criaturas perdidas que son los hombres. Lo interesante es que, al igual que en la película, dichas formas parecen estar tan perdidas como los propios astronautas terrestres. Eso me da que pensar: cuando una entidad superior trata de rebajarse a nuestro nivel, a limitarse a presentarnos un reflejo especular de nosotros mismos, todo empieza a fallar. Nuestra imperfección, nuestra innegable tendencia a la entropía, acaba por arruinar cualquier intento de contacto racional.

La película me parece arriesgada para los tiempos que corren. Hay que verla con una cierta sensibilidad, incluso inocencia, abstrayéndose de intentar buscar en ella el cine de ciencia ficción al que nos han acostumbrado. No hay efectos especiales espectaculares, ni explicaciones pseudocientíficas (exceptuando el tema de bombardeos de antibosones) que nos calientan la cabeza. Hay amor en lentos flashbacks, y pecados capitales, y redención a través de una mente alienígena, y una música deliciosa y envolvente que te impide el más mínimo sobresalto, a pesar de estar lidiando con personajes muy cercanos a fantasmas que, en una atmósfera diferente, hubieran hecho que nos removiéramos en las butacas. Es una película delicada, que quizá necesite tantos visionados como los que yo me he tragado para entenderla en su totalidad.

Disfrútenla si aún no lo han hecho. Si la vieron y les decepcionó, concédanle una segunda oportunidad. A los que se han privado del placer de leer la novela, sólo recomendarles que intenten hacerse con ella. Le aseguró que acabarán soñando con poder contemplar el cambiante océano de la superficie de Solaris.

El lugar en el que navegan los sueños