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Cine

La tumba de Donald

La tumba de Donald Se veía venir, anda que no: la Disney a tomar por culo. Personalmente, me alegro infinito, pues ya estaba harto de deconstruir cada puta película en voz alta para que mis hijos no muriesen asfixiados bajo la ingente cantidad de moralina que destilaban cada una de sus imágenes. Y es que han perdido la partida por ser tan inmovilistas, tan cutres, y tan rematadamente soberbios; en suma, por ser tan americanos. Por otra parte, su falta de ideas era verdaderamente preocupante. Uno ya había perdido la cuenta de cuántas veces había visto la misma historia repetida hasta la saciedad, dibujada por manos distintas en escenarios diferentes.

Parece ser que es Pixar, la responsable de todos sus últimos éxitos, quien, al fin y al cabo, ha ganado la partida. Empezó siendo una simple asalariada y ha llegado a una posición de privilegio pocas veces superada en este tipò de eventos. Su contrato con Disney acaba en el 2006, y, entonces, veremos a ver qué pasa, porque me da en la nariz que Lasseter y sus muchachos ya están preparando la jugada de la muerte para asestarle el golpe definitivo a esta decrépita y decadente fábrica de pesadillas infantiles.

Yo, repito, me alegro mucho. Y con gusto bailaría sobre la tumba de ese imbécil despendolado que es el Pato Donald.

Que no descanse en paz...

Neo debe morir

Neo debe morir Sabía que Neo moriría desde mucho antes de ver Matrix: Revolutions. Dejando aparte la secuencia lógica de acontecimientos, y el carácter evidentemente mesiánico de la película que llevaba al protagonista al sacrificio estilo nazareno, lo supe por una cuestión, digamos, tangencial. Antes del estreno ya corrían por Internet varios cortes de su banda sonora original, uno de los cuales era el impresionante Neodammerüng, que en alemán viene a significar “El Ocaso de Neo”. No había que ser Sam Spade para sumar dos y dos y realizar la deducción correcta.

Así es que entré en la sala cinematográfica sabiendo que nuestro hierático héroe moriría sin remisión.

Me gusta Neo, es uno de esos personajes retorcidamente carismáticos que aparecen de tanto en tanto por nuestras pantallas. Es chulo (aunque conserva una cierta parte de infantil inocencia), viste de cuero negro, usa gafas que te cagas, y jamás tuerce el gesto o se le mueve un pelo. Vamos, un galán a la antigua usanza, tipo Victor Mature o alguien por el estilo. Neo es una vuelta de tuerca hacia el pasado de Hollywood, cuando las estrellas eran estrellas, y no hacía falta que (necesariamente) supieran conmovernos con sus interpretaciones; bastaba con que llenasen la pantalla con su presencia, así el espectador se evadía de horizontes mundanos, soñando con experiencias sujetas a las leyes del universo del celuloide.

Neo ha muerto. ¿O no? El cine ya no es lo que era, y me temo que los Guachoskys no van a matar a la gallina de los huevos de oro tan fácilmente. En realidad, nadie le ha visto morir, sólo tenemos la impresión de que fue así, pero no la seguridad. Las máquinas retiraron su cuerpo, se lo llevaron hacia el interior de ese país de tinieblas en el que moran, una especie de sofisticado Mordor cibernético sobre el que se alza la figura engañosa y omnipresente del Arquitecto. ¿Murió su mente? Es cuestionable. Al fin y al cabo, la verdadera naturaleza de Neo es la de ser un código puente entre los dos mundos, una suerte de “algoritmo divino”, capaz de codificar y decodificar las realidades de ambas especies. Nada nos indica que esa capacidad, ese programa, esa alma, haya dejado de existir.

Con él mueren todos sus seguidores. Trinity, en primer lugar, María Magadalena del pozo de datos, fiel a Neo hasta el último desenlace, báculo en el que se apoya, puerto en el que se cobija, epítome de la pasión ciega que sólo una mujer enamorada es capaz de expresar… Smith, su antagonista, ese virus tocado por la divinidad del Hombre que se vuelve ambicioso y humano, demasiado humano, hasta el punto de caer en la trampa de las soberbia… Morfeo, que no sucumbe físicamente, pero que es abandonado como un San Pedro sin pautas, sin control, sin razón de ser, sin iglesia que levantar… El pueblo de Sión, enfrentado a la terrible encrucijada de elegir su destino…

Sí, por supuesto, Neo tenía que morir.

Descanse en paz… hasta la próxima entrega.

Joder, no he visto Matrix Revolutions...

...y estoy que trino, bueno que si lo estoy. Para un ab-so-lu-to fan de la trilogía como yo, podríamos considerarlo casi un pecado. Unamos mi natural despiste a mi instrínseca confianza en que la gente es menos borrega de lo que parece y tendremos el porqué de esta mi debacle personal. En fin, como suele decir mi querida progenitora, más se perdió en Cuba.

¿Qué tiene la saga de Matrix que levanta pasiones? A estas alturas, gente mucho más letrada y preparada que yo ha intentado resolver esta cuestión, como siempre sin conseguirlo. Y creo que la razón es que se trata de una película estéticamente tan avanzada (a pesar de los préstamos cyberpunks y manga), tan sensorialmente impactante, que, en cierta medida, podríamos compararla con la poesía, en el sentido de que cada espectador ve e interpreta una película completamente distinta a la de su vecino de butaca. Haced la prueba: preguntad a amigos y familiares que os cuente el argumento, o el papel del hierático Neo dentro de la historia: os aseguro que no habrá dos respuestas iguales. Supongo que esa es la cualidad fundamental de una obra maestra, el forjar una dicotomía casi maniquea entre su público.

Conste que a mí no me preocupa el final de la saga, podríamos decir que me la trae al pairo. A estas alturas, es muy difícil sorprenderme. Ya lo dijo el amigo Asimov: cuando tú mismo empiezas a escribir, los argumentos ajenos dejan de parecerte interesantes y se convierten en predecibles. No he visto la tercera parte de la trilogía (esa es la razón --la excusa-- de este artículo), pero sé que no voy a equivocarme mucho. Paréceme a mí que los Güachoskys estos de tontos no tienen un pelo y seguro que serán coherentes. Neo tiene que morir, o, al menos, transfigurarse, pues toda la parafernalia mística (aunque esté teñida de filosofía oriental) se ciñe al dogma cristiano de el Elegido que se sacrificará por el bien de su pueblo. Por eso pienso que Neo (un anagrama de ONE --El Único, en inglés--, qué listos ellos), dará su vida por Sión, o se fundirá con el Agente Smith en una nueva especie de organismo cíbrido que unirá a hombres y máquinas en una nueva especie. Esto último es puro onanismo mental, pero queda bonito.

Como decía, no me interesa especialemente el destino de los personajes, ni siquiera si Sión (que, seguramente, se encuentra en una capa interna dentro de Matrix) cae o no, ni si hay muchas más realidades aparte de esta y la de las máquinas, ni si el Arquitecto o el Oráculo son programas o simplemente dos de los cien mil nombres de Dios... Estamos hablando de cine, y cuando hablamos de imagen, yo quiero que me dejen sentado en la butaca, boquear de puro placer visual, sentirme atravesado por esos claroscuros refulgentes, por ese movimiento de cámara en tiempo lento (término acuñado por Orson Scott Card en Un Planeta llamado Traición), ser salpicado por esa impactante lluvia que parece redimir hasta la más ruin de las escenas... Quiero disfrutar en una sala, con esa excelente banda sonora de reminiscencias cyberpunk que te mantiene la adrenalina en su nivel adecuado (en contrapunto con las frases sinfónicas habilmente engarzadas, dignas de Star Wars llegado el caso)... Un placer para los sentidos.

Desde aquí felicito a los que, al contrario que yo, fueron como hormigas aplicadas en espera del crudo invierno. Consiguieron su recompensa, ayer a las tres de la tarde. Me acordé de ellos, mucho, y de sus antepasados. Las cigarras somos así de rabiosas, y con cierta tendencia a las pataletas sin sentido.