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La Duodécima Noche

Hoy es la Duodécima Noche, la Epifanía, la Noche de Reyes. Guau.

Lo digo sin coñas. Desde siempre he tenido predilección por esta fecha, la única que recuerdo haber vivido con una ilusión verdadera y sincera. Todo es culpa de mi padre, por supuesto, un tipo que, como todo humano, acumula virtudes y defectos. Entre las primeras se encuentra la de saber transmitir un entusiasmo desmedido en todo lo que se refiera a su familia. Cuando llegaba el cinco de enero, el hombre sabía cómo hacer las cosas, hay que reconocerlo (podría seguir hablando de él, pero necesitaría unas quince bitácoras más). Y no era fácil teniendo cinco bocas que mantener y un sólo sueldo con el que enfrentarse a la ardua tarea de satisfacer las esperanzas de unos chiquillos inocentes.

Una de las cosas más me ha sorprendido e intrigado durante toda mi vida ha sido la cuestión de dónde y cómo conseguía ocultar los regalos de cinco churumbeles metomentodo que saqueaban el piso de arriba a abajo en cualquiera de sus juegos. Nuestra vivienda, la verdad, era cualquier cosa menos grande. Hogar concentrado, hogar de obrero, hogar que rezumaba calidez y cariño... pero hogar embutido en un espacio reducido donde el sólo hecho de poder hacer los deberes con tranquilidad era ya un verdadero milagro. Así que, vamos a ver, ¿dónde diablos escondía el hombre tamaña cantidad de muñecas, pistolas láser (el menda, que ya apuntaba), zoológicos (todos los años uno, Van Doren es así), equipaciones de fútbol, clicks de famobil, caramelos, golosinas, rifles, juegos reunidos geyper... Buddah, siempre me imaginé aquello como la multiplicación de los panes y los peces en versión Revuelta. A veces pensaba que mi padre podía ser un mutante tipo Patrulla X, ¿por qué no? La imaginación de un niño da para eso y mucho más.

El hecho es que nunca descubrí cómo lo hacía, ni siquiera cuando llegó la época en el que la edad y la preadolescencia se encargan de derribar ese velo que nos hace mantener la ilusión de que esa triada de magos recorre el mundo en menos de ocho horas para cumplir los sueños de los niños que se han portado bien.

Aparte del tema del ocultismo de juguetes, había una dificultad añadida para mi viejo: lo fantasmas que eran sus hijos, sobre todo Van Doren y yo. En esas fechas nos convertíamos en un par de generales que desarrollaban ingenuas tácticas y estrategias para atrapar a los reyes magos in fraganti, arrastrando de paso a los pequeños que, en la mayoría de los casos, no se enteraban de nada, o no querían participar por si las moscas. Supongo (ahora soy padre) que papá y mamá tenían que estar levantados hasta las tantas por nuestra culpa, esperando que sus dos hijos mayores se durmieran mientras esperaban agazapados bajo las mantas a que fuese el momento oportuno para atacar y pillar a sus majestades con las manos en la masa.

La infancia es así.

Ahora, que soy yo el que me como el marrón de dibujar el escenario adecuado para que mis retoños no pierdan la ilusión infantil de la magia y el buen rollo, me veo un poco embutido en la carne de mi padre, y veo que, de manera inconsciente, tiendo a imitarle en todo. Hoy me lo imagino nervioso, con la media sonrisa flotando sobre sus labios ya arrugados por la edad, repasando mentalmente si cada uno de sus retoños (y los retoños de sus retoños) va a obtener lo que quería, atesorando dulces y caramelos para que a nadie le falte azúcar en las papilas gustativas. Esta tarde se dará una vuelta por la Plaza de Abastos, o por El Corte Inglés (que es más moderno), y comprará las últimas baratijas, porque para él nunca es suficiente. Antes de acostarse desplegará una tienda de jugetes virtual en el salón del vetusto piso donde crecí, y se le encogerá el corazón como todos los años, y se sentirá feliz pensando en el rostro de sus nietos cuando lleguen como lobos al día siguiente. Dormirá en paz, quizá por última vez en el año.

Yo haré lo mismo. He tenido un buen maestro.

4 comentarios

Van Doren -

Las lágrimas no me dejan pensar... !viva juaqui¡

Juaki -

Po zí, picha, uno cada año.
:( :(

Salú

pokapeski -

joé, siento ser yo el que meta la pata (ver mi bitacora) y saquear el buen rollo que inspira obviamente este articulo...pero es que si no lo pregunto reviento en la silla: VanDoren zoologicos? como el Maikelyason?

tu padre -

Un hijo como tu solo es producto de Dios. Le doy gracias por habermelo concedido, y no es sentimentalismo, es lo que siempre he sentido. Cuando duerma para siempre en paz, no te preocupes, Dios querra que sea bastante tarde, me sentiré dichoso si tus hijos, son contigo como tu eres conmigo. Intentalo. Un beso